Classical

Tristán e Isolda, Preludio. Richard Wagner

Cumbre de toda la música romántica y germen de toda la música moderna, Tristán e Isolda es la ópera más representativa de lo que Wagner denominaba obra de arte total.

El singular relato sobre los amores entre el joven héroe Tristán y la bella Isolda -esposa del rey Marc, su tío- es una historia compleja que conviene simplificar como la historia de una inmortal pareja de amantes enfrentadas a un amor imposible. No sólo porque es un amor contrario a las reglas sociales sino porque hay algo subjetivo que lo impide. Tristán e Isolda representan la pareja de amantes que no aman lo que tienen y sí desean lo que les falta, diferencia de la que ya se percató Platón al formular en El banquete, en boca de Sócrates, la pregunta, ¿Y desea y ama lo que desea y ama cuando lo posee, o cuando no lo posee?. Si, como parece, se encuentran destinados el uno al otro, caben preguntarse varios porqué, entre otros, por qué no buscan la posibilidad real de amarse sin estar vinculados con el rey, por qué Tristán renuncia a Isolda en tres ocasiones o por qué Isolda aguanta y se presta. Estarán de acuerdo en que la lealtad a pesar de la separación, el matrimonio no consumado de Tristán, el adulterio de la reina, la progresiva destrucción de la pareja y de las cortes en que residen plantean cuestiones que difícilmente encajan en los paradigmas tradicionales asignados a un relato irlandés de carácter sagrado que comenzó a componerse y a trasmitirse de forma oral en la segunda mitad del siglo XII.

Si en un principio la obra resulta incompatible tanto con la concepción cristiana del sagrado matrimonio como con los usos feudales para los que el amor sólo es el medio para mantener el poder dinástico, cabe preguntarse también porqué a principios del siglo XIII esta hermosa leyenda ya se encontraba ampliamente difundida por Europa y tratada en nada menos que cuatro poemas extensos en verso, dos franceses y dos alemanes. Cuestión que tan sólo se explica por la clara demanda de la historia por parte de las élites cortesanas una vez trasmitida al simbolismo del amor cortés por los trovadores no precisamente por vías religiosas sino por el culto profano a los héroes medievales que sustituyen en esa época a los dioses en las leyendas. Precisamente, es esta historia de amor y no otra la que elige Richard Wagner para componer su ópera Tristán e Isolda, por lo que nos preguntamos otro porqué.

La primera noticia que se tiene de la ópera se encuentra en una carta dirigida por Wagner a Liszt fechada el 16 de diciembre de 1854 en la que le comunica que tiene en mente la idea de un Tristán e Isolda, la concepción musical más intensa. Quiero envolverme con la vela negra al fin desplegada y luego morir. Por aquella fecha, Wagner hacía cuatro años que no estrenaba una ópera. La última fue Lohengrin a cuyo estreno no pudo asistir por ser un exiliado político a causa de su participación en las barricadas levantadas en Dresde durante la revolución de 1848. En Zurich, Wagner conoció a Otto Wesendonck, un hombre inteligente, culto y extremadamente rico que ejercerá como su mecenas, fijándole una pension mensual, asumiendo sus deudas y alquilándole por un precio simbólico una casa en la que el compositor alemán viviría junto a su primera esposa, Minna Planer.

Wagner tenía dos fuentes de inspiración para su Tristán e Isolda. La primera de ellas, fue el libro El mundo como voluntad y representación, obra de Schopenhauer que el poeta Georg Herwegh le había regalado. Allí aprendió que la muerte por amor satisface porque conduce al éxtasis y que la música ostentaba el papel supremo entre las artes pues es una voluntad ciega e impulsiva, la expresión directa de la esencia del mundo. La segunda fuente de inspiración son los amores entre el compositor alemán y la bella Mathilde, la esposa de Otto, su mecenas. Un amor más o menos platónico, prohibido, muy cercano al que se tuvieron Tristán e Isolda. Eros y Thanatos. ¿Y desea y ama lo que desea y ama cuando lo posee, o cuando no lo posee? nos dijo Platón en boca de Sócrates. Fue en la casa de los Wesendonck donde el músico empezó a escribir su Tristán e Isolda y en la que compuso las Canciones Wesendonck, cinco célebres lieder dedicados Mathilde con cinco de sus poemas, usando dos como estudios para los principales motivos de la ópera que está considerada cumbre de toda la música romántica, germen de toda la música moderna, y en la que Wagner, según sus propias palabras, viviría eternamente.