En realidad, Liszt no se llamaba Franz, sino Ferenc, pues era húngaro, aunque europeizó su nombre de pilamporque normalmente hablaba en francés y había sido educado en alemán. Situaciones contradictorias como esta y algo más comprometidas se sucedieron en la vida del compositor, al que, sin embargo, durante años sólo se consideró como un virtuoso.
Franz Liszt fue durante un tiempo masón, pero después se hizo abate, un eclesiástico de órdenes menores. Eso si, después de que su moribundo padre le advirtiese en contra de su afición por las mujeres, sugerencia que no impidió al hijo convertirse en uno de los donjuán más notables de su tiempo. Siempre tuvo muchos problemas para hacer que su música fuera reconocida, pero solía apoyar con generosidad la música de otros compositores de la talla de Wagner, Grieg, Borodín, Saint-Saëns o Berlioz. Inventó el poema sinfónico, aunque nunca llegó a dominar completamente la orquestación. La parte orquestal de un concierto de Liszt es una cosa muy vil, una especie de concierto con catarro en el que hay toses, bufidos y períodos de asfixia, dijo alguien de él alguna vez.
Sin embargo, como compositor, Franz Liszt dotó al piano de a una riqueza de sonido casi orquestal, además de extender el lenguaje armónico de su tiempo, hasta casi abandonar la tonalidad, un elemento que se consideraba fundamental y que, a través de Wagner, dio lugar a la atonalidad de Arnold Schoenberg.
¿Y como pianista?. Con permiso de Chopin, Franz Liszt es calificado como el pianista más brillante de su tiempo. Concebido a partir de un poema y perteneciente a un conjunto de tres nocturnos publicados en 1850 bajo el título de Liebesträume, el Sueño de amor nº 3 es la pieza que el público mejor identifica con Franz Liszt. Un bellísimo tema de gran habilidad técnica que se repite tres veces con variaciones de distinta intensidad.