Cuando Felipe V -nieto de Luis XIV de Francia y primer Borbón reinante en España- se casó con la Duquesa de Parma, Isabel de Farnesio, se produjo una importante invasión de músicos italianos en España. En 1737, la reina se hizo con los favores del mas famoso de los castrati de su tiempo, Carlo Broschi, más conocido como Farinelli, que llegó a convertirse en una influyente figura política durante el reinado de Fernando VI. Fue precisamente con este rey, siendo aún Príncipe de Asturias, cuando Domenico Scarlatti llegó a la corte española en calidad de maestro de música de María Bárbara de Braganza, la prometida portuguesa del futuro rey. Venía de pasar toda una década en Portugal y pasaría 28 años más de su vida en España, lo que hace que entre los compositores activos en España durante el siglo XVIII, ninguno suscite tanto interés.
Scarlatti ha pasado a la historia de la música como el consumado compositor de unas 550 sonatas para teclado que hoy se interpretan indistintamente al clave y al piano. Este extenso catálogo sirvió para que su figura obtuvo cierta fama ya en su época, popularidad que se consolidó en el siglo XIX cuando sus sonatas para teclado comenzaron a considerarse imprescindibles para el aprendizaje de la técnica pianística. Así, compositores de la talla de Mendelssohn, Clementi, Robert y Clara Schumann o Brahms, entre otros, estaban completamente familiarizados con sus sonatas, publicadas en numerosas ediciones y manuscritos que circulaban por toda Europa desde el siglo XVIII. Esta tradición se continuó años después entre pianistas españoles como Albéniz o Granados.
Cada una de las sonatas de Scarlatti explora un carácter o una dificultad técnica. Y la de hoy no va a ser menos, la Sonata K 141, notas repetidas desplegado en distintos registros, interpretada de forma brillante y luminosa por la excepcional pianista argentina Martha Argerich.