Desde el 1 de septiembre de 1892, Dvorak se encontraba en Nueva York para ocupar el puesto de director del Conservatorio Nacional de Música, perteneciente a la filántropa millonaria Mrs. Jeannette Thurbert la cual, teniendo en cuenta la ausencia de una tradición musical clásica norteamericana, había pensado en un nacionalista europeo para ocupar la plaza. Sin embargo, aunque se ha afirmado repetidas veces, no es cierto que la Sinfonía Del Nuevo Mundo esté basada en su mayor parte en temas y canciones populares americanas, lo que no quiere decir que el músico bohemio pudiese o quisiese escapar a la influencia del Nuevo Mundo donde vivía.
Al igual que más tarde haría Mahler, Antonín Dvorak sitúa el movimiento más importante y majestuoso al final, donde reúne en un solo movimiento las principales ideas que forman la obra. En conjunto de la partitura reúne las principales y más atractivas características de la música de su autor. Recopila sus pensamientos, sus impresiones, sus sentimientos sobre una tierra nueva, mestiza, muy distinta a lo que él conocía.
Un posicionamiento nacionalista que hace aflorar la diversidad, que lejos de separar, unifica. Por eso, para muchos la Sinfonía del Nuevo Mundo es americana mientras que para otros pasa por eslava. Está compuesta en el Nuevo Mundo pero continuamente evoca al Viejo. Mira a las formas clásicas y academicistas de Haydn y Mozart mientras utiliza el folclore amerindio y negro norteamericanos. Por eso, la Novena Sinfonía de Dvorak ha pasado a ser patrimonio colectivo del mundo y, con permiso del comienzo de la Quinta de Beethoven, el tema principal del último movimiento es el más interpretado del repertorio.