Classical

Sinfonía del Nuevo Mundo, 3er movimiento, Molto vivace. Antonín Dvorak

La novena de Dvorak es una inconfundible sinfonía que forma parte del patrimonio colectivo de Occidente.

En 1891, Antonín Dvorak recibió un telegrama con una inesperada oferta de la filántropa Jeanette M. Thurber, que acababa de fundar en Nueva York una de las primeras instituciones culturales de los Estados Unidos, el Conservatorio Nacional. Consciente de la ausencia de una tradición musical clásica en su joven país, la multimillonaria señora acariciaba la idea de que la recién creada institución fuese honrada con la presencia de una de las grandes autoridades musicales del momento, autoridad que sólo podía venir de Europa. En principio Dvorak, que gozaba de un amplio prestigio como compositor no sólo en su amada Bohemia natal, sino también en toda la Europa continental y de forma muy especial en Inglaterra, rechazó los sustanciosos 15.000 dólares por ocho meses de clases y diez conciertos. No entraba en sus planes renunciar a su posición y a la relajada vida que llevaba en su amada Bohemia natal.

Sin embargo, la idea de marchar al Nuevo Mundo seguía siendo un atractivo irresistible para los europeos, una poderosa razón que sumada a una astronómica oferta económica contribuyó a que finalmente Dvorak desembarcase en Nueva York. En la gran manzana el compositor checo se encontró con una sociedad muy distinta a la que había dejado en Europa. La neoyorkina era en aquellos momentos lo más parecido a una sociedad democrática -Lo que realmente me gusta de América es que aquí nadie distingue entre hombres y señores, dejaría escrito de su experiencia americana-, desde luego la más democrática que Dvorak había visto nunca viniendo de una Europa en la que la mayor parte de los ciudadanos estaban sometidos a regímenes autoritarios. Allí se encontraría con varios alumnos negros, descubriría los excelsos rascacielos, la Estatua de la Libertad, el futuro, un mundo moderno poblado por hombres nuevos y con la comodidad de tener una secretaria que le aliviase el trabajo. Dvorak era uno de los grandes compositores de la época, pero además era un compositor nacionalista checo cuando su patria, junto con Hungría, constituían el alma espiritual y creativa del viejo y decadente Imperio Austrohúngaro. Nadie mejor al que acudir cuando en el inconsciente colectivo de parte de la intelectualidad neoyorkina se había introducido la idea de crear una nueva música nacional que sirviera para crear una nueva idea de identidad nacional en un país con menos de un siglo de independencia.

La estancia en Estados Unidos fue una de sus etapas más fecundas del compositor, produciendo la Sonatina para violín, una Suite para piano, sus diez Leyendas bíblicas, el Cuarteto Op. 96 Americano, el Quinteto de cuerdas Op. 97, Concierto para violoncelo Op. 104, además de la famosísima Novena Sinfonía o Sinfonía del Nuevo Mundo.

Para muchos, la Sinfonía del Nuevo Mundo es una sinfonía americana; para otros pasa por eslava. Está compuesta en el Nuevo Mundo pero continuamente evoca al Viejo. Mira a las formas clásicas y academicistas de Haydn y Mozart mientras utiliza el folclore amerindio y negro norteamericanos. Es una sinfonía que hace aflorar la diversidad que lejos de separar, unifica; precisamente por esto, la Novena Sinfonía es patrimonio colectivo de Occidente, ocupando de forma merecida un lugar preeminente en el repertorio sinfónico de todos los tiempos.