Algunos críticos han representado a Beethoven como un hombre del romanticismo, gracias a su carácter hosco y su ensimismamiento, así como a sus famosos arranques de temperamento causados por su sordera. Conforme avanzaba su enfermedad, el genio de Bonn fue encerrándose en su propio mundo, convirtiéndose en un ser que evitaba relacionarse, solitario, huraño, que sólo encontraba la paz dando largos paseos por los bosques de Viena, tal como harían muchos de los grandes artistas románticos. Tanta era la injusticia que sentía que en el Testamento de Heiligenstadt, una carta dirigida -pero nunca enviada- a dos de sus hermanos, desesperadamente expresaba lo insoportable que le resulta la idea de volverse completamente sordo, planteándose incluso el suicidio. Pero sabía que todavía quedaba mucho por descubrir y explorar, esperanza que fue lo que probablemente le salvó la vida. Mi vida son mis notas, advirtió en alguna ocasión.
En este periodo silencioso fue cuando su música se hizo cada vez más hermosa, dramática y expresiva, componiendo sus obras más sobresalientes, los Conciertos cuarto y quinto para piano, la sonata para piano Appassionata, la Misa solemnis, sus últimos Cuartetos y las seis extraordinarias sinfonías que van desde la cuarta a la novena.
Por sus propias cartas sabemos que Beethoven huyó del sentimentalismo romántico. Beethoven fue un hombre culto e interesado por la vida artística e intelectual de su tiempo. Se opuso a la monarquía, rechazó el concepto de aristocracia, admiró y detestó a Napoleón, al que le dedicó su Tercera Sinfonía –Heroica- para no duda en retirarle la dedicatoria cuando se proclama emperador. Admira la idea de igualdad que emana de la Revolución Francesa, Liberté, Égalité, Fraternité, pero siempre criticó los excesos cometidos. Por eso en su Novena Sinfonía recoge la Oda a la alegría de Schiller en la que Todos los hombres volverán a ser hermanos. Y siempre tuvo muy claro que el compositor es un profesional con criterio propio que reflexiona, madura, publica y vende su obra con libertad, dirigida a un público universal, a toda la humanidad, presente y futura. Y también tuvo muy claro que era un continuador del estilo de su maestro, Haydn. Y de Mozart. Clasicismo puro adaptado a las necesidades expresivas del pensamiento romántico.
Una de las partituras de Beethoven que más fama alcanzó en su época fue la Séptima Sinfonía, op. 92, terminada en 1812 y estrenada el 8 de diciembre de 1813. Música auténticamente pura, universal, nada autobiográfica. Conocen el famoso Ta-ta-ta-chán?. Pues no, no pondremos ese, sino el segundo movimiento, este allegretto de carácter rítmico –como toda la Sinfonía-, misterioso, lento y repleto de lirismo. Nueve obras que modificaron para siempre el concepto de Sinfonía. Y esta es una de ellas... y con Karajan y la Filarmónica de Berlín.