Italiano de nacimiento, el Cardenal Mazzarino fue Primer Ministro de Francia durante la infancia y juventud de Luis XIV, lo que supuso la atracción de un buen número de músicos y artistas a la corte de Francia durante su mandato. En aquellos tiempos y en aquella corte, los ballets de cour eran los espectáculos más importantes, pasatiempos en los que el propio rey actuaba encarnando un papel simbólico que lo representaba como soberano universal. Al ballet le seguía en interés el teatro de los insignes dramaturgos franceses del XVII. Sin embargo, la ópera, de gran tradición en el resto de Europa, continuaba siendo un espectáculo italiano, es decir, extravagante y lleno de ornamentos innecesarios.
Parece ser que punto de inflexión a partir del cual los músicos franceses comenzaron a trabajar para crear un género lírico específicamente francés fue la ópera que Mazzarino encargó a su compatriota Cavalli para la boda del rey, espectáculo que los invitados ni el monarca entendieron en absoluto. Aquella tarea recayó sobre Giovanni Battista Lulli, otro italiano que pronto adaptó su nombre al francés para poner todo su talento como actor, bailarín, compositor e instrumentista al servicio del Rey Sol. En realidad, Lully estaba poco interesado en la ópera pues, sinceramente, no creía que la ópera fuese un género adaptable al carácter e idioma francés. Pero cuando el monopolio musical que ostentaba en la corte se vio amenazado por las primeras creaciones de ópera francesa de Robert Cambert y Pierre Perrin, se hizo también con el monopolio operístico mediante la creación de la Académie Royale de Musique. Fue a partir de entonces cuando en colaboración con el libretista Philippe Quinault comenzó a componer una ópera al año hasta su muerte siguiendo la nueva tradición. La llamaron tragédie lyrique o tragédie en musique, y nació de la inteligente combinación de los dos elementos íntimamente ligados a Francia, el teatro de los grandes dramaturgos Corneille, Racine y Molière y el ballet que tanto amaba Luis XIV.
Incluido en el poema épico La Jerusalén liberada de Torquato Tasso, Armida fue estrenada en 1686, solo un año antes de la muerte de Lully a causa de una gangrena sobrevenida tras clavarse en un pie el bastón con el que marcaba el tempo a la orquesta. Durante casi un siglo disfrutó de mucha popularidad, hasta que Gluck hizo una ópera de reforma sobre el mismo libreto y la hizo desaparecer. Actualmente, pese a estar considerada la obra maestra del Secrétaire du Roi, raramente se representa, aunque hay excepciones con resultados de gran riqueza y creatividad como la de William Christie y Les Arts Florissants o esta otra que hoy os traemos de Les Talens Lyriques dirigidos por Christophe Rousset.