El 1 de febrero de 1896 Arturo Toscanini dirigió en el Teatro Regio de Turín la primera representación de la obra más bella, sugerente, y rotunda de Puccini. Se trataba de la comedia lírica en cuatro actos La Bohème, una ópera que desde aquel día no ha dejado de cautivar al público de todos los teatros del mundo. Inspirada en la novela Scènes de la Vie de Bohème de Henry Murger, La Bohème de Puccini es una historia de amor romántica del tipo chico encuentra a chica. Un melodrama aparentemente sencillo cuyo alumbramiento, sin embargo, supuso una larga y dolorosa tortura para Puccini, los libretistas Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, y el editor Giulio Ricordi. Como sucede en tantas otras ocasiones, tener una bonita historia de amor no garantiza el éxito de nadie. Como ejemplo uno, no exento de polémica. Ruggero Leoncavallo utilizó el mismo texto de Murger para hacer su La Bohème. Pero no consiguió más que enemistarse con Puccini, que la casa de editores Sonzogno se enfrentaran a los Ricordi y que su obra, estrenada un año después que la de Puccini, cayera rápidamente en el olvido.
El éxito de La Bohème de Puccini se asienta en el perfecto equilibrio que mantiene el libreto entre comedia y drama. Y en el intenso lirismo de sus melodías, entrelazadas unas con otras suavemente, sin rupturas violentas, como un hablado con música que actúa de hilo conductor. Incluso en poder ufanarse de terminar con una de las dos mejores muertes de la historia de la ópera (si me lo preguntan diré que la otra es la de la Dido de Purcell). Si, pero sobre todo su éxito reside en lo que comparte con cualquiera de nosotros, con cualquier ser humano de cualquier generación que en la historia del mundo haya existido, los valores universales de la alegría y la despreocupación, las ilusiones y la esperanza, la emoción y los sueños, los ideales de juventud. Y también en el recuerdo de nuestra propia tristeza y la desilusión que produce perderlas cuando nos acercamos a la madurez.
Eso es el gran mérito del gran Puccini, emocionarnos porque nos reflejamos en ese grupo de bohemios que malviven en el Barrio Latino del París de 1830 sacrificando su vida por el arte. Con personalidades precisas y pasiones propias, cada cual es cada cual. Cada uno uno identificados con el poeta Rodolfo, el pintor Marcello, el estudiante de filosofía Colline, el músico Schaunard, la generosa cantante Musetta o la frágil e ingenua costurera Mimí.
Después de Che gelida manina, Mi chiamano Mimi, y Dolce viso se aborda el gran dúo final del primer acto, que inicia Rodolfo con O soave fanciulla, un dúo breve, pero de gran intensidad, como podeis comprobar en este concierto del tenor más preparado de su generación, el alemán Jonas Kaufmann, con la soprano lituana Kristine Opolais.