Siguiendo los modelos impuestos por Alessandro Scarlatti en Italia y Jean-Baptiste Lully en Francia, durante la primera mitad del siglo XVIII la ópera había llegado a convertirse en un espectáculo aparatoso dominado por el virtuosismo de los cantantes, los efectos sorprendente y un lujo extravagante que no hacía más que reflejar la pompa de las cortes absolutistas de toda Europa.
Con el objetivo de reconducir el género lírico, surgió un movimiento reformista encabezado por Christoph Willibald Gluck y el libretista Rainiero Calzabigi. En el prefacio y dedicatoria al Duque de Toscana de la partitura de su segunda ópera de reforma, Alceste, el propio Gluck describe en qué consiste la reforma: Cuando me puse a escribir la música para Alceste, resolví en diferir enteramente de todo abuso, introducido tanto por la errónea vanidad de los cantantes como por la exagerada complacencia de los compositores, que han desfigurado sobremanera la ópera italiana y han hecho de los más espléndidos y bellos espectáculos los más ridículos y tediosos entretenimientos.
No obstante, la primera ópera que contuvo todos los puntos de la reforma operística fue Orfeo y Euridice. El de Orfeo era mito complejo que el público conocía pero difícilmente entendía, hasta que Gluck y Cazalbigi le dieron un tratamiento absolutamente nuevo. Suprimieron episodios y personajes innecesarios, reduciéndolos a tres –Orfeo, Euridice y el Amor- que expresan con transparencia sus sentimientos acompañados de una melodía sencilla y continua. Coherente con las ideas racionalistas, el nuevo concepto fue acogido muy favorablemente por el público ilustrado, que fue alejándose de los cánones de la ópera italiana seria imperantes hasta entonces.
Doce años después de su estreno, Gluck revisó la partitura para que el papel de Orfeo fuese interpretado por un tenor en París, donde no se admitían castrati. Con nuevo título en francés - Orphée et Eurydic-, además modificó el ballet con el que se inicia la segunda escena del segundo acto, la Danza de los espíritus bendecidos, introduciendo una nueva, sencilla, emotiva, estremecedora, elegante... melodía que ha sido objeto de muchos arreglos. Para flauta, para violoncello, para piano solo... o para piano y violín, la que más me gusta. Y más, con interpretaciones como la del violinista francés Renaud Capuçon, con el Isaac Stern's Guarneri del Gesù, y Jerôme Ducros al piano.