Desde que Antonio Vivaldi escribiera sus Cuatro estaciones, el ciclo natural de transición entre los distintos periodos del año solar que llamamos estaciones y la naturaleza de cada una, han sido frecuente fuente de inspiración para los compositores. Sin duda alguna, entre todas las estaciones, la primavera ha sido a la que más se ha recurrido. La mayor parte de las obras dedicadas a la primavera están orientadas a su exaltación como la estación más feliz, apacible, tranquila, optimista, productiva, lúdica, y otros muchos calificativos igualmente positivos. Por citar algunas, tenemos la Primera sinfonía de Robert Schumann, llamada Primavera; La Primavera de los Apalaches de Aaron Copland; las canciones relacionadas con la primavera de Johannes Brahms y Edvard Grieg, y las Rondas de primavera de Claude Debussy. Aunque prescinda de los mismos virtuosos sentimientos, también tenemos La Consagración de la Primavera de Igor Stravinski. Y por supuesto, la Sonata para violín nº 5 en Fa Mayor, Primavera, de Ludwig van Beethoven.
Beethoven, había comenzado la composición de su Sonata para violín nº 5 en Fa Mayor en sus primeros tiempos en Viena, pero la apartó para no retomarla hasta la primavera de 1800, cinco años después. Ese año, Beethoven pasó una larga temporada en Martonvasar con sus amigos los Brunswick, una vieja familia de la nobleza húngara. A dos de las tres hermanas Brunswick, Therese y Josephine, les dio clases de piano. De las dos se enamoró. De hecho, las cartas a Josephine son las únicas cartas de amor que se conservan del compositor, exceptuando a las de su Amada Inmortal. En 1801, Beethoven terminó su Sonata, que sería publicada en octubre de ese mismo año con dedicatoria al conde Mauricio de Fries, director del Banco Nacional de Austria y mecenas poderoso al que Haydn y Schubert también dedicaron varias composiciones. Inicialmente llevó el número de opus 23 nº 2, pero un error de imprenta dio un formato diferente a la parte de violín de cada una de las dos sonatas 23 y el editor, el vienés Mollo, consideró conveniente separarlas. No parece que al maestro le importara, pues, al mes de su publicación le escribió a Franz Gerhard Wegeler, su mejor amigo de Bonn, una carta que contiene una destacable exclamación, ¡es tan hermoso vivir, vivir mil veces!. No le ha sobrevenido todavía el sufrimiento derivado de su creciente sordera que el trata de ocultar.
A Beethoven se le relaciona fundamentalmente con una extensa producción para piano, instrumento en el que deja de manifiesto su extraordinario conocimiento del teclado. Pero casi nunca se pone de relieve su condición de violinista ni el dominio que llegó a tener de este instrumento. Sin embargo, durante sus primeros tiempos en Viena dio clases de violín, y habitualmente interpretaba sonatas en las que él se reservaba la parte de violín, aunque nunca destacó como concertista. Pero como compositor conocía perfectamente todas las posibilidades del instrumento. De las diez sonatas para violín y piano que compuso Beethoven, la Sonata La Primavera es la de origen más antiguo y la primera formada por cuatro movimientos. En todas ellas, pero especialmente a partir de la Sonata Op. 23, comienzan a fusionarse de forma casi imperceptible las últimas luces del estilo galante del rococó con los albores de mayor sencillez expresiva del romanticismo.