Hace exactamente una semana decía que el músico romántico francés Camille Saint-Saens compuso la suite El Carnaval de los Animales mientras se encontraba de vacaciones en un pueblecito austriaco.
También dije que, concebida como un divertimento, la obra fue estrenada un martes de Carnaval con un Saint-Saens dirigiendo la orquesta disfrazado con barba y nariz postiza. Quizás arrepentido, el compositor prohibió que esa suite se editara mientras viviera, con excepción de una sola pieza, la más bella, El Cisne. Y hubiera sido imperdonable que así lo hubiera hecho porque Michel Fokine no hubiera podido adaptar la suite a ballet en 1907 para que la danzara La Pavlova y la convirtiera en una de las más famosas de la historia del ballet.
O quizá más tarde, quien sabe, se le hubiera ocurrido a otro coreógrafo. A Thierry Malandain, por ejemplo, que dirige desde Biarritz una de las diecinueve extensiones que el Centro Coreográfico Nacional tiene repartidas por toda Francia y que día a día luchan por acercar la danza contemporánea a las escuelas y por dar a conocer alternativas culturales al ocio de los ciudadanos.
En esta Muerte del Cisne, bajo la conmovedora melodía para violonchelo de Camille Saint-Saens, Malandain hace bailar a tres solistas femeninas, tres cisnes con alma humana que, venidos del cielo, ofrecen a la tierra su último aliento antes de morir.