Classical

La Heroica de Brahms

Brahms es el sucesor de Beethoven y Schubert en las formas más grandes de la música de cámara y orquestal.

Para hablar de Brahms vamos a retroceder en el tiempo hasta 1605, año en el que Claudio Monteverdi tuvo que defenderse de las duras críticas que Giovanni Maria Artusi dispensara contra las novedades del Stile moderno introducidas en su Quinto libro de madrigales. Ahora, avancemos en el tiempo siglo y medio y vayamos a París, escenario de la famosa Querella de los bufones entre los partidarios de la influencia italiana en la ópera y los defensores de los valores musicales franceses, posturas estéticas reflejadas por el antagonismo de dos bandos liderados por Jean-Jaques Rousseau y Jean-Philippe Rameau, respectivamente. Algo más tarde, también París fue testigo de otro enardecido debate musical entre los defensores de los dramas tradicionalistas y aristocráticos del napolitano Piccinni y los partidarios de las óperas reformistas de Gluck, coherente con las ideas racionalistas y reflejo de las ideas de la Ilustración. Sirvan los tres ejemplos para señalar que, desde el advenimiento de la música barroca a finales del siglo XVI y principios del XVII, cada siglo ha sido testigo de distintos enfrentamiento entre los partidarios del cambio y los defensores de la tradición.

La segunda mitad del siglo XIX también sería testigo de la confrontación entre los defensores de lo viejo y lo nuevo. Entre aquéllos que consideraban que la música debía ser un fin en sí misma, en estrecha relación con el clasicismo precedente, y quienes reaccionaron radicalmente contra este movimiento, sosteniendo que debía ser un vehículo de expresión de la subjetividad y las posibilidades emocionales por encima de formas y estructuras. Clara Schumann y Johannes Brahms se encontraban entre los primeros, mientras que Franz Liszt y Richard Wagner se encontraban entre los segundos. Por eso, para algunos de sus contemporáneos, Brahms era un conservador. Para otros, sin embargo, sintetizaba la práctica de tres siglos.

Brahms compuso su Tercera Sinfonía en Wiesbaden, lugar al que acudía en verano atraído no solamente por el paisaje sino también por coincidir con Hermine Spies, la joven cantante para la que compondría algunos de sus lieder. Fue estrenada en Viena el 2 de diciembre del mismo año, 1883, -precisamente el año del fallecimiento de Wagner-. Presente en las disputas existentes en Viena -cuna de la música pura- entre wagnerianos y brahmsianos se encontraba el joven compositor austríaco Hugo Wolf, un entusiasta seguidor de Wagner que llegó a distinguir las sinfonías de Brahms con calificativos como rancias, insulsas, repugnantes, falsas y perversas, para añadir que un solo golpe de platillos de una obra de Liszt expresa más inteligencia y emoción que todas las sinfonías y serenatas de Brahms juntas. Para Wolf, toda la producción de Brahms es una enorme variación de la obra de Beethoven, Mendelssohn y Schumann. Poco les importó al público vienés estás palabras de Wolf. La Tercera Sinfonía de Brahms se recibió con enorme entusiasmo.

Acomplejado por la figura de Beethoven, Brahms siempre había dudado de su capacidad como compositor sinfónico. Para atreverse a escribir su primera sinfonía esperó tener suficiente madurez, un concierto para piano, dos serenatas, las variaciones sobre un tema de Haydn, y cuarenta años cumplidos. Una vez que se atrevió, escribió cuatro en nueve años, reagrupadas de dos en dos. En dos años compuso la Primera (1876) y la Segunda (1877). Luego espero seis años a componer la Tercera. Años en los que no estuvo ocioso, sino que compuso varias de las obras más importantes de su catálogo y que le reportaron notables conocimientos para el desarrollo de su lenguaje musical. En clara alusión a Beethoven, el célebre crítico Hanslick, dijo el día del estreno que si la Primera sinfonía de Brahms puede ser caracterizada como patética o apasionada, y la Segunda sinfonía puede definirse como pastoral, la Tercera es, sin duda, la Heroica de Brahms.