Classical

Flow my tears. John Dowland

Fue uno de los músicos mejor dotados para el laúd de toda Europa.

De la infancia de John Dowland se sabe poco, muy poco, tan poco que aún existen dudas de la ciudad dónde nació –Londres o Dublín-, e incluso en qué año -1562 o 1563-. En cambio sí se sabe que desde muy joven comenzó a viajar por Europa, primero a París, donde estuvo al servicio del embajador inglés, Sir Henry Cobham, y después a Venecia y Florencia, donde recibió lecciones de Marenzio y pudo conocer el intenso desarrollo que se estaba produciendo en Italia en torno al laúd mientras servía al duque de Brunswick. También estuvo en Dinamarca, como laudista del rey Cristian IV. Se desconoce con seguridad cuáles fueron los motivos de tanta movilidad, pero una de las hipótesis más barajadas, aunque no del todo satisfactoria, es la de su incapacidad como católico de conseguir un puesto de trabajo con las Leyes de Uniformidad y de Recusantes vigentes en la corte protestante de Isabel I, que como soberana de Inglaterra era la cabeza de la Iglesia Anglicana y veía a los católicos como traidores desde que así lo decidiese su padre Enrique VIII.

Dowland es posiblemente el compositor de música instrumental más innovador que dio la Inglaterra de su época y uno de los laudistas mejor dotados de toda Europa. Aunque también compuso música religiosa, la fama le vino por sus piezas para viola da gamba y sobre todo laúd, que generalmente acompañaba a una de sus canciones. Sus continuos viajes por Europa fueron determinantes para que su obra se difundiera con rapidez, haciéndose muy populares, un proceso al que también contribuyeron sus numerosas publicaciones, editadas -en palabras del propio Dowland- en ocho de las más famosas ciudades de ultramar, a saber: París, Amberes, Colonia, Fráncfort, Leipzig, Ámsterdam, Hamburgo y Núremberg.

También conocida como Lachrimae, Flow my tears fue publicada en su Segundo Libro de Canciones. Es posiblemente la más popular entre las ochenta canciones de su autor, una melancólica melodía que acompaña a un bello poema que dice...

Fluid, mis lágrimas, del manantial
para siempre exiliado-, dejadme penar
mientras el pájaro de la noche canta una triste canción.

Dejadme vivir en mi melancolía.

Ya no brilla la luz del atardecer;
las noches no son lo bastante oscuras
para los que desesperadamente lloran la perdida fortuna;

la luz sólo descubre mi vergüenza.

Nunca me veré libre de mis penas,
la piedad se desvanece
y las lágrimas, el llanto y el lamento han privado

de alegría a mis fatigados días.

Desde la más alta voluta del contento
fue arrojada mi fortuna
y el miedo, la aflicción y el dolor de mi soledad

son mi esperanza, cuando ya no hay esperanza.

Escúchame, sombras de la oscuridad,
aprended a despreciar la luz,
felices, felices de que los condenados

no sientan el desprecio del mundo.