Meses después de la muerte de Oliver Cromwell se produjo el regreso de Carlos II, el hijo del rey ejecutado por la Providencia y la necesidad en 1649. Como Lord Protector de la Mancomunidad de Inglaterra, Escocia e Irlanda, el puritano Cromwell había prohibido la música religiosa y la música instrumental, quedando desmanteladas todas las instituciones encargadas de producirlas. En el primer año de la Restauración monárquica, Carlos II, gran amante de la música, se encargó de restituir la Capilla Real en la que los niños comenzaban su formación musical y que fue el primer destino de Purcell siendo niño.
Aunque en sentido estricto Henry Purcell no escribió más que una sola ópera -Dido y Eneas-, los dramaturgos ingleses de la segunda mitad del siglo XVII llegaron a apreciar enormemente las composiciones para música incidental de Henry Purcell, partituras que, en forma de danzas, canciones y piezas instrumentales, en muchos casos hacían más atractivos los textos. La música teatral impregna toda su obra y la fama que adquirió como compositor dramático está plenamente justificada. Las piezas de teatro de la época son, en general, frívolas, por lo que cabe admirar que Purcell suministrara para ellas música incidental de tan alta calidad y que un público tan superficial la celebrara como lo hizo.
Es en 1680 que Henry Purcell, de cuya vida privada se poseen escasos detalle, aparece en la historia como insigne compositor, y desde entonces hasta su muerte –sucedida quince años después-, producirá un inconmensurable caudal de música. De aquel año datan sus más tempranas odas y canciones de bienvenida para miembros de la corte, y su primera música para escena, la música para Theodosius. Desde entonces, los éxitos de Purcell como compositor de música para teatro se sucedieron uno tras otro. En los últimos cinco años de su vida, escribió música para 44 piezas de teatro, en general, números sueltos pero, en algunos casos, música incidental para teatro pues se entendía que la mezcla de teatro hablado y música era lo más adecuado para la escena inglesa.
John Dryden encargó a Purcell la música para su pieza patriótica King Arthur que obtuvo un gran éxito en 1691. Entre los números, de calidad muy desigual, se destaca la escena de la helada, cuya inspiración proviene de la ópera Isis de Lully, y la famosa aria para soprano que hoy nos acompaña, Fairest Isle, preludio de su obra maestra compuesta al año siguiente The Fairy Queen. La trama se centra en los esfuerzos de Arturo por recuperar a su prometida Emmeline, la princesa ciega de Cornualles, secuestrada por su enemigo, el rey sajón Oswaldo de Kent.
Fairest Isle, all isles excelling.
Seat of pleasure and of love,
Venus here will choose her dwelling,
And forsake her Cyprian grove.
Cupid from his fav'rite nation,
Care and energy will remove;
Jealousy that poisnous passion,
And despair that dies for love.
Gentle murmers sweet complaining,
Sighs that blow the fire of love,
Soft repulses, kind distaining,
Shall be all the pains you prove.
Ev'ry swain shall pay his duty,
Grateful ev'ry nymph shall prove;
And as these excel in beauty,
Those shall be renowned for love.
Bellísima isla, que supera a las demás, sede del placer y del amor. Venus fija aquí su morada renunciando a su bosque chipriota. Cupido de su nación favorita suprime las preocupaciones, la envidia, los celos que envenenan la pasión y la desesperación que ansía el amor.
Dulces susurros, delicados lamentos, suspiros que aventa el fuego del amor, tiernas negativas, amables desdenes, serán los únicos sufrimientos que conoceréis. Cada joven presentará sus ofrendas, cada ninfa se mostrará agradecida y si éstas destacan en belleza serán llamadas al amor.