Sin lugar a dudas, Franz Schubert ocupa el primer lugar en importancia en la historia del Lied alemán, género popular nacido de la conjunción de poesía y música destinado originalmente al ámbito doméstico. Con más de 600 lieder compuestos desde su infancia a su madurez, fue en la poesía romántica de Goethe, Schiller, Heine, von Schlegel o Mayrhofer, entre muchos otros, donde Schubert encontró el medio que le ayudaba a comprender sus sentimientos, a expresar sus alegrías y temores, a comprender el mundo en el que vivía mejor que cualquier otro lenguaje musical. Con los lieder, Schubert dio lo mejor de si mismo, alcanzando cotas de belleza que constituyen cimas indiscutibles de la historia de la música.
En 1782, Johann Wolfgang von Goethe -el poeta más recurrente en el catálogo de Schubert-compuso un breve poema, Der Erlkönig, comúnmente -aunque mal- traducido como El rey de los elfos. En él nos narra la historia de un padre que en una noche de tormenta atraviesa a caballo un bosque. En los brazos lleva a su hijo moribundo, que dice ver entre los árboles al rey de los elfos que entre cantes y bailes pretende llevarle consigo. Cuando el padre llega a la aldea, el niño ha muerto. En la fecha de composición del poema Goethe contaba con treinta y tres años y, aunque su obra no era muy extensa, ya había escrito Las desventuras del joven Werther. Originalmente, El rey de los elfos iba a formar parte de una opereta. Inspirado por una leyenda escandinava, Johann Gottfried von Herder la había convertido en un poema, provocando a su vez un curioso cambio de título: el Der Ellerkang original -el rey de los elfos- se convirtió en Der Erlkönig -el rey de los alisos-, título que también emplearía Goethe, aunque mayor sentido tendría haberse quedado con el título original pues según la mitología nórdica, el rey de los elfos anunciaba la muerte a quien se le aparecía.
En 1815, cuando contaba con tan sólo dieciocho años, Franz Schubert cogió el poema de Goethe y compuso el lied Der Erlkönig, pieza en la que el maestro de Viena refleja magistralmente cada uno de los personajes del poema, dándole a cada uno de ellos unas características musicales propias. Al escucharlo, apreciamos la tormenta, el galope del caballo, la inquietud del padre - ¿Qué te asusta, hijo, que ocultas tu rostro? -, el miedo del hijo - El Rey de los Elfos, ¿no ves que se acerca?, ¿No ves la corona, la sombra ondulante? -, e intuimos una presencia que sólo el hijo ve, el rey de los elfos que entre los árboles presagia la muerte - Te amo. Me hechiza, niño, tu belleza, aunque te resistas, al fin serás mío-.
Años más tarde, Liszt arregló la pieza para piano solo, y la interpretó nada más y nada menos que sesenta y cinco veces en las giras que realizó por Alemania entre 1840 y 1845. Unos arreglos muy exigentes de la ya de por sí exigente partitura de Schubert, como hoy podemos comprobar escuchando y viendo como toca la joven pianista georgiana Khatia Buniatishvili.