El mismo año de la muerte de Chopin, Grieg comenzó a recibir clases de piano de su madre –una pianista capaz y experimentada-, por lo que no es de extrañar que una parte muy importante de las composiciones del compositor de Bergen sean composiciones para piano. Con el tiempo, la producción del virtuoso compositor polaco se convirtió en una poderosa influencia para el desarrollo creativo del músico noruego, hasta el extremo que en sus piezas para piano pueden rastrearse determinados puntos de contacto relativos a la originalidad y la armonía, siempre matizados por un claro sabor noruego.
Después de un periodo de inactividad debido a problemas de salud, Edvarg Grieg volvió a componer en la primavera de 1880. Fue en este periodo cuando compuso las Danzas noruegas Op. 35, creadas originalmente para piano a cuatro manos y orquestadas posteriormente. Estas obras forman una parte muy importante en su catálogo, pues representan hitos en la evolución de su pensamiento armónico hacia un claro sabor nacional y un estilo inconfundiblemente escandinavo.
Propenso al miniaturismo refinado, Grieg nunca ha sido considerado realmente un compositor de primera fila. De hecho, sólo produjo dos obras realmente trascendentes, Peer Gynt y su Concierto para piano opus 16. Sin embargo, la música para piano de Edvard Grieg es muy amplia y variada. Consta de veinticinco piezas a las que habría que añadir otras cinco dedicadas a la música para piano a cuatro manos, otros dos para la música a dos pianos, y el Concierto para piano y orquesta, Op. 16, además de 23 números compuesto para canciones con acompañamiento de piano.