Mozart compuso todos sus conciertos para violín y orquesta entre los meses de abril y diciembre de 1775, un tiempo record. Lo hizo con 19 años, en Salzburgo donde él mismo debió de interpretarlos ante su exigente mecenas el arzobispo Colloredo, en cuya corte ocupaba la plaza de primer violín. Lo curioso es que a pesar de ser un magistral violinista -instrumento que aprendió a tocar de su padre Leopold y conocía en profundidad los estilos de Tartini y Nardini- Mozart odiaba tocar el violín y prefería aparecer en público, siempre que podía, como concertista. El violín está colgando de su clavo, supongo, le decía su padre en sus cartas. Si hubieses querido, habrías llegado a ser el mejor violinista de Europa, le diría más tarde.
Dicen que tras componer los dos primeros conciertos para conocer el medio, Mozart escribió un Tercer Concierto para Violín con el que adquirió una riqueza musical inigualable, madura, profunda. Y del tercero, cuarto mediante, al más célebre de todos sus conciertos para violín, es el Concierto para violín y orquesta nº 5 K 219, fechado el 20 de diciembre de 1775.
Siguiendo la tradición barroca, lo estructuró en tres movimientos. En el Rondó final que hoy os ofrecemos – con Janine Jansen al violín y Vladimir Ashkenazy dirigiendo la Joven Orquesta Europea- el compositor austriaco incorporó algunas novedades inspiradas en la música turca, motivo por el que a este concierto también se le llama Concierto Turco y que le permitió desarrollar completamente su virtuosismo con el arco, como en otras muchas partituras suyas, sean de violín, flauta, piano, clarinete o trompa.
Cuando dejó de estar al servicio del arzobispo, nunca más volvió a tocar el violín en público.