En su conocido libro Le Siècle de Louis XIV, Voltaire destacaba la gran transformación que había sufrido la vida artística en los tiempos del Rey Sol. Según sus palabras, la música estaba en pañales: algunas canciones lánguidas, algunas melodías de violín, de guitarra y de tiorba, la mayor parte incluso compuestas en España, eran todo lo que se conocía. Y continúa afirmando, Lully asombró por su gusto y su ciencia. Él fue el primero en Francia que hizo bajos, partes intermedias y fugas. Al principio hubo algunas dificultades para ejecutar sus composiciones, que hoy en día parecen tan simples y fáciles. En la actualidad hay mil personas que saben música por cada una que la sabía en los tiempos de Luis XIII. Francia había hecho una revolución casi un siglo antes de 1789.
Es bien conocida la gran afición que el monarca Luis XIV tenía por la cultura, especialmente por la danza, actividad de amplia tradición en la corte francesa y a la que se consagró con virtuosismo profesional. Durante su infancia y juventud, el Cardenal Giulio Mazzarino manejó las riendas del Estado desde su puesto de Primer Ministro de Francia, lo que supuso la atracción de un buen número de compatriotas suyos a la corte. Uno de esos italianos que arribaron a Francia buscando fortuna fue el músico florentino Giovanni Battista Lulli, que entró al servicio de la corona como bailarín y compositor de la música instrumental y terminó haciéndose con el monopolio musical regio mediante la creación de la Académie Royale de Musique. En ese momento Lully, que siempre había mostrado poco interés por la ópera pues no creía que la ópera fuese un género adaptable al carácter e idioma francés, contrató al libretista Philippe Quinault para componer una ópera al año hasta su muerte. Para diferenciarla de la artificiosa ópera italiana la llamaron tragédie lyrique o tragédie en musique. Acababa de nacer un género nuevo, surgido de la inteligente combinación de los dos elementos íntimamente ligados a Francia, el teatro y el ballet.
Como el teatro de los grandes dramaturgos Corneille, Racine y Molière, constaban de prólogo -que servía para cantar las alabanzas del rey acompañado de una música majestuosa- y cinco actos, con un recitativo continuo como sustento del drama. Como recursos para la seducción del espectador, también se incluían divertissements de danza -tan amada en Francia- y se empleaba maquinaria escénica. Los temas estaban basados en la mitología clásica, con temas alegóricos de un soberano divinizado y con escenas bucólicas donde se habla del amor, la juventud, la pasión, la venganza y la muerte. Esquema que presenta de forma embrionaria la tragédie Cadmus et Hermione, la segunda de las colaboraciones entre Lully y Quinault. Según una de las versiones más difundidas del mito, Hermione – Harmonía- era hija de Afrodita, diosa de la belleza y del amor, y de Ares, dios de la guerra, y representaba por tanto el equilibrio y la concordia. Cadmo, fundador de Tebas, la conoció mientras buscaba a su hermana Europa, que Zeus había raptado disfrazado de toro, y se casó con ella con profuso boato y la asistencia de las musas y los dioses del Olimpo. Hasta este preciso momento feliz del mito se desarrolla la ópera de Lully, para no perturbar el equilibrio y la concordia de Hermione… ni del Rey Sol.