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Perdidos en el paraíso del Dragón Negro

Lijiang es uno de los pueblos que mejor conservan el pasado tradicional de la China milenaria.

El estanque del Dragón Negro es uno de esos rincones mágicos en medio de la naturaleza que los que tienen la suerte de visitarlo nunca olvidan. Se encuentra al suroeste de China, en una de las provincias más meriodionales del gigante asiático, en un parque natural con otro nombre igual de poético: el de la Primavera de Jade.

Se trata de un lago artificial construido en 1737, durante la dinastía Qing, a los pies de la montaña del Elefante y a un paso de la antigua ciudad de Lijiang (provincia de Yunnan). A pesar de su belleza, no fue hasta hace unos años cuando fue declarado área de especial protección, de ahí que se permitiera incluso la desecación del mismo. No es el caso ahora, en el que brilla en un paisaje en el que no faltan pequeños templos y pabellones y, sobre todo, un hermoso puente de piedra, algunos del siglo XVII, es decir, anteriores incluso al lago.

Lijiang es de esas ciudades que parecen congeladas en el tiempo. Su casco antiguo, bien adaptado a un terreno irregular, propio de una región cuajada de montañas, es el resultado de la sucesión de dinastías imperiales (aunque fue la de los Naxi la más importante), que dejaron allí huellas como un sistema de abastecimiento de agua sumamente complejo que sigue aún funcionando.

Pero si hay algo que dejaron para la posteridad, fueron puentes. Hasta 300 de piedra se levantaron y siguen presentes, tan solo entre los periodos Ming y Qing (aunque ninguno tan famoso como el del lago). Y las casas también permanecen tal cual, construidas en madera y ladrillos de adobe, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales (un terremoto en 1996 destruyó parte de la ciudad antigua, reconstruida gracias a donaciones internacionales). Es normal, por tanto que sus calles, empedradas, estén restringidas a los automóviles.

Declarada Patrimonio de la Humanidad, sus visitantes no se pierden la plaza del Cuadrado, de la que salen las callejuelas que permiten perderse por su historia detenida; y tampoco el palacio de los Reyes Mu, las casas de té o los pequeños hoteles boutique que acogen a pequeños grupos. Y no solo pequeños hoteles. InterContinental, por ejemplo, ha abierto recientemente allí un gran complejo resort, el Heilong Lake.

Para llegar, lo más práctico es en avión, con vuelos directos a Lijiang desde las principales ciudades chinas. Sin embargo, son muchos los que prefieren hacerlo en tren, ya que la llegada a la estación implica hacerlo a un impresionante edificio antiguo a 7 km de la ciudad vieja. En este caso, es un recorrido desde Kunming, con una duración de nueve horas y que cuenta con compartimentos VIP para familias completas (hay otro tren, desde la ciudad de Dali, que sólo tarda dos horas).

Desde allí se puede ir a Shangri-La, una excursión que, como Lijiang, es inolvidable. Pero eso es otra historia…