Era un cazador de historias, un mundano treintañero perseguidor de pasados coloniales, plantaciones de azúcar y valiosas tradiciones de tinte romántico. Por todo ello, y su incansable necesidad de serenidad cada vez que la ansiedad pasaba a un primer plano, escogió Mauricio para desconectar del ruido.
Se hospedó en La Pirogue, un hotel de cuatro estrellas situado a apenas cuarenta y cinco minutos de su bulliciosa y mestiza capital Port-Louis, el primer Sun Resort de la isla y a la vez un fantástico centro de buceo en el que poder practicar su deporte favorito. Se enamoró de sus espectaculares jardines tropicales que se extendían a lo largo de catorce hectáreas y su arquitectura, inspirada en las villas pescadoras de Mauricio y sus característicos bungalows construidos a base de piedra volcánica, madera y paja.
Allí, en frente al océano, al oeste de la isla, tenía a su disposición algunas de las playas más auténticas y cristalinas del Índico. La Pirogue se le antojaba una especie de superviviente del paso del tiempo, donde se habían salvado del caos moderno 248 habitaciones acondicionadas, eso sí, con todo tipo de lujos. Su serenidad le conquistó y pensó en quedarse más tiempo por aquellas tierras de gentes afables y colores vibrantes.
La Pirogue se encuentra en Flic en Flac, al oeste de Mauricio, y comparte instalaciones con el hotel Sugar Beach.
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