Pensar en La Rioja es pensar en verdes paisajes, viñedos para enmarcar y caldos para los paladares más exquisitos. Pero La Rioja tiene un corazón urbano para muchos por descubrir. Es Logroño, otra de las perlas del norte que esconde entre sus calles mucho más que la capital de una tierra de vino. El casco histórico de la ciudad está salpicado por la riqueza de tiempos pasados, por la caída de la muralla antigua, por museos, monumentos, plazas, parques, casas y bares. El paso del tiempo se ha hecho notar, pero la rehabilitación de la zona permite disfrutar de un entorno histórico casi en constante renovación y lleno de vida.
Esas calles son el escondite de Calle Mayor, un hotel con encanto Rusticae en pleno núcleo urbano que representa el cruce de caminos que siempre ha sido la ciudad de Logroño. Porque si en el pasado Logroño fue disputada por los reinos, y enclave de las rutas jacobeas, Calle Mayor pone en contacto el patrimonio histórico con el vanguardismo. La declaración de intenciones está en el arco de medio pinto de sillería que enmarca la entrada al hotel, un palacete perfectamente rehabilitado del siglo XVI.
Su interior, en cambio, recorre de golpe los cinco siglos de distancia para ofrecer un diseño minimalista y moderno, con mobiliario y materiales ligeros escogidos en azul cyan y blanco. Los detalles como la amplitud de los ventanales o las vigas de madera que visten el techo rinden culto a una tradición lucroniense no olvidada. De hecho, la gran foto en blanco y negro de principios del siglo pasado que preside el comedor nos lo recuerda mientras disfrutamos de sus desayunamos.
Calle Mayor es la central de operaciones perfecta para conocer una ciudad que se convirtió en capital gastronómica española de 2012 por delante de Sevilla o Gijón. No es de extrañar, en esta región se mezclan dos tipos de cocinas riojanas: la de la ribera del Ebro y la de las montañas de los valles, las comarcas altas. Con el tiempo y la migración de las gentes serranas, ambas se han ido acercando para conseguir una imagen mucho más homogénea. Cada una, con sus formas de cocina y sus productos tradicionales nos han regalado platos imprescindibles como las patatas y los huevos a la riojana, el bonito con tomate, migas de pastor y por supuesto, las carnes.
A escasos pasos del hotel se encuentra la Calle Laurel y los alrededores, las más emblemáticas para el tapeo por la ciudad. Todo tipo de pinchos esperan a forasteros y locales para sorprender con sabores tradicionales y alguna que otra revelación. Esta zona emergió en el año 1900, cuando cada bar servía una tapa como especialidad y compartía su nombre con ella. Es la denominada “Senda de los Elefantes” y algunas de sus paradas más míticas son los cojonudos (tostas de huevo de codorniz y chorizo) del Bar Donosti, las setas a la plancha del Bar Cid, las zapatillas de La Méngula o los pinchos morunos de Lorenzo. ¿En serio sigues pensando dónde será tu próxima escapada? Deja a tu estómago elegir.
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