Hijo de Felipe II y María Manuela de Avis —primos hermanos por parte de padre y madre—, el príncipe Carlos de Austria (Don Carlo, en italiano) tuvo una vida compleja y controvertida. Su sangre portaba un coeficiente de consanguinidad de 0,211, parecido al que resulta de la unión entre hermanos. Sin embargo, no fue la endogamia la causa de su carácter colérico y demente, sino la trágica caída de un caballo lo que le provocó daños neurológicos irreversibles.
Para colmo, el aspecto físico del infante tampoco a ayudaba. Un brote de malaria asoló la Corte y afectó al niño que entonces contaba con 11 años, provocándole un desarrollo físico anómalo. En fin que todo esto unido a la leyenda negra alimentada por la propaganda y su temperamento violento e impulsivo forjaron un personaje desagradable, antipático, obsesionado por deshacerse de su padre y proclamarse soberano de los Países Bajos.
Con estos ingredientes, el gran Giuseppe Verdi construye una colosal versión operística de la historia de Don Carlos. Asegura el profesor Francesco Izzo — catedrático de Musicología en la Universidad de Southampton— que Verdi visitó España a comienzos de 1863 para los preparativos de estreno de La forza del destino en el Teatro Real. No era la primera vez que el maestro italiano se topaba con Don Carlos. Ya a principios de la década de 1850 había valorado –y rechazado– componer una ópera tomando como base el texto de Friedrich von Schiller sobre el infante español. Finalmente decide lanzarse a la composición de la pieza, centrada en la lucha de la libertad contra la opresión política y religiosa, representadas por Felipe II y el Gran Inquisidor.
Don Carlo es la más larga de las óperas de Verdi y la que fue sometida a un mayor número de revisiones: en un lapso de casi 20 años, el compositor escribió diferentes versiones intentando encontrar el equilibrio dramatúrgico y musical de la partitura, afectada desde su génesis por las imposiciones de los teatros. La primera, con libreto original en francés de François Joseph Méry y Camille du Locle, se estrenó en 1867 en la Ópera de París.
Disgustado con las diversas adaptaciones y versiones de la ópera en italiano, Verdi decide reducir la duración de la obra para facilitar su difusión y evitar que cada teatro cortase la partitura a su antojo. Así nace la versión de Milán en 1884, en la que se suprime el primer acto y el ballet. Dos años después, el compositor recupera la versión inicial sin ballet, pues considera que otorga mayor consistencia dramática a la pieza. Se trata de la versión de Módena (1886) interpretada en esta ciudad. En España se estrenó el 27 de enero de 1870, en el Liceo de Barcelona, cantada en italiano.
Entre los días 18 de septiembre y 6 de octubre, el Teatro Real ofrecerá 14 funciones de la versión de Módena de Don Carlo, inaugurando la temporada nº 23 desde su reapertura. La puesta en escena a cargo de David McVicar crea una atmósfera asfixiante, perfecta para reproducir los complejos y contradictorios sentimientos de los personajes de Verdi y las implicaciones éticas que les alejan de la dicotomía entre buenos y malos de versiones anteriores.
McVicar sitúa la acción en un espacio repleto de elementos simbólicos que permiten un distanciamiento milimetrado. Más que en un decorado, explica Joan Matabosch, la trama transcurre sobre un escenario opresivo de ladrillo gris, omnipresente e inalcanzable, “metáfora de la vastedad de las responsabilidades públicas de los personajes en sofocante pugna con sus anhelos personales”.
Nicola Luisotti estará al frente de tres repartos, cuyos cantantes se alternarán en los papeles del sexteto protagonista. Es el cuarto título verdiano en el que dirige al Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
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