No es la primera vez que Carlos Saura sube a un Nobel al escenario. Ya lo hizo a principios de año con Gabriel García Márquez y la novela El coronel no tiene quien le escriba. Si trasladar al teatro el realismo mágico del escritor colombiano no fue empresa sencilla, tampoco lo ha sido con La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. De hecho, la novela apenas se ha adaptado al teatro por su riqueza y complejidad. Sin embargo, Saura logra condensar en hora y media, los hechos clave de la misma, los matices de la época, la idiosincrasia de los personajes, y emociones espinosas como la humillación, la violencia, la dignidad.
La fiesta del chivo es una historia “de maltrato y humillación”, explica Juan Echanove, quien interpreta al protagonista, Rafael Leónidas Trujillo. En efecto, la trama de la novela (y la adaptación teatral de Natalio Grueso) transcurre en la República Dominicana durante los últimos días del dictador Trujillo. El contexto histórico ya nos proporciona una idea rigurosa sobre el ambiente social y político que se vivía, sobre la inseguridad, el miedo, las torturas, los asesinatos, la brutalidad de los regímenes totalitarios.
Aunque la novela se basa en hechos reales y Vargas Llosa aprovecha para realizar un profundo análisis de las consecuencias de la dictadura, no se centra en describirla. A través de tres momentos separados en el tiempo, el autor teje una trama en espiral que narra el atentado que acabó con Trujillo, las circunstancias y conspiraciones posteriores al mismo, la persecución de los asesinos y la memoria de una mujer, Urania Cabral, que regresa a su tierra tras 35 años de ausencia a contar la verdad de su vida.
Urania (interpretada por Lucía Quintana) vuelve a Santo Domingo a despedirse de su padre moribundo. Agustín “Cerebrito” Cabral —uno de los próceres del régimen caído en desgracia— representa el abuso, el machismo paternal, hasta qué punto es capaz de vender(se) a su hija con tal de conservar el favor de Trujillo, un tipejo agresivo, despiadado, torturador, violador… Las conquistas sexuales del dictador, al igual que las humillaciones públicas, son sus herramientas para reafirmar su poder, su maldad.
La fiesta del Chivo es una lección de vida que nos recuerda que el valor y la dignidad son los únicos antídotos contra la ruindad y la violencia. Pero también una alegoría de la memoria —un homenaje, tal vez— y la verdad, un canto contra el silencio y en favor de los silenciados, una denuncia implacable contra las dictaduras.
La puesta en escena, sencilla, casi minimalista incluye escenas reales del país y algunos dibujos realizados por Saura para el montaje que se representa en el Teatro Infanta Isabel de Madrid hasta el 15 de marzo de 2020.
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