Los ochenta daban sus últimos coletazos y la Movida empezaba a despedirse de la escena madrileña. Se hicieron mayores, dejaron la laca a un lado y siguieron su camino en busca de otra modernidad, lejos de los bares de Malasaña y la Barcelona underground. Manolo y Quimi -García y Portet- lanzaban Insurrección, canción convertida por muchos en una especie de himno de aquella fantástica década, que vino a ser como una gran bocanada de aire fresco directo al pecho.
Estos catalanes de repeinados tupés malabaristas y recias chupas de cuero se conocieron en un pequeño festival a principios de los ochenta. Se vieron, se gustaron y compartieron grupos; primero Los Rápidos, luego, Los Burros y, por último, El Último de la Fila, con el que sumaron siete discos y una trayectoria de trece años, interrumpida en enero del 98. Cada uno siguió su camino, pero por siempre nos quedará aquella Insurrección, para agitarnos, levantarnos del sofá y hacernos sentir un poco más… vivos.
¿Dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?
Nadie es mejor que nadie pero tú creíste vencer.
Si lloré ante tu puerta de nada sirvió.
Barras de bar, vertederos de amor...
Os enseñé mi trocito peor.
Retales de mi vida,
fotos a contraluz
Me siento hoy como un halcón
herido por las flechas de la incertidumbre.
Me corto el pelo una y otra vez.
Me quiero defender.
Dame mi alma y déjame en paz.
Quiero intentar no volver a caer.
Pequeñas tretas para continuar en la brecha.
Me siento hoy como un halcón
llamado a las filas de la insurrección.