Paco de Lucia
The Music

Bulerías. Paco De Lucía

¡Adiós, maestro!

Yo no soy muy de flamenco. Ya sé que decir esto es casi sacrilegio, pero que le voy a hacer, a mí no me llega. Seguro que hay muchas personas a las que un blues del delta de lo más sentido, no les conmueve. O una melancólica balada celta les deja como estaban. Eso me pasa a mí con el flamenco. No me entra. Y lo he intentado. Pero no, aunque con Paco de Lucía hay algo especial.

Recuerdo que hace la tira de años, febrero de 1979, asistí a un concierto en el antiguo Pabellón de Deportes del Real Madrid, con un cartel de lujo: John McLaughlin (de la Mahavishnu Orchestra), Larry Coryell y Paco de Lucía. Juanito, como llamaba Paco a McLaughlin, venía del jazz y el jazz-rock, de probar con la música india, de tocar con Santana... estaba considerado en ese momento como uno de los mejores guitarristas en activo. Larry, menos genial pero bastante efectista, era otro gran músico de jazz que había jugueteado con algunos compositores clásicos, entre ellos Albéniz. Y con ellos, Paco de Lucía, nuestro Paco de Lucía y su guitarra española.

El concierto se dividió en tres partes. Primero cada uno en solitario, luego dúos (los listos ya saben las posibilidades) y finalmente los tres. Los de fuera utilizaban guitarras acústicas, espectaculares de sonido y de aspecto. Paco de Lucía y su guitarra española. El Pabellón a reventar, con un sonido bastante bueno, por cierto, y un escenario sobrio, con tres sillas y tres micrófonos y algunas plantitas decorativas.

Poco a poco, según se desarrollaba el concierto, se fue viendo que había dos buenos guitarristas, con un peldaño o dos de separación entre ellos, y un genio, un fuera de serie. A Paco, al que el jazz le venía realmente muy de lejos no le importaba moverse fuera de su campo, de su terreno, era música y ese era su idioma, su vida. No necesitaba ni claves, ni teorías. Estaba claro, cristalino, que decía aquel. De técnica andaba sobrado, más que eso incluso, y el resto, el resto era la inusual chispa de la genialidad.

El Pabellón, ruidoso en otras ocasiones, era una tumba durante cada interpretación para romper exultante al final. El tejano Larry pronto se sintió abrumado, pero como era buen tipo, en lugar de enfadarse decidió sumarse a la fiesta y disfrutar de aquel momento tan especial. John, no daba crédito, intentaba una y otra vez poner en aprietos a Paco, pero en ningún momento lo consiguió. McLaughlin a cada instante miraba al maestro de Algeciras, la de Lucía, con auténtica admiración, no daba crédito a tanta sencillez, tanta genialidad, tanta técnica, sin fisuras, sin dudas, sin aspavientos. Seguro que pensaba, “de dónde ha salido este tío”. Paco de Lucía y su guitarra española, impasible. Imposible.

Fue una noche realmente especial. Especial para los asistentes a aquel evento extraordinario. Especial para los tres guitarristas porque uno disfrutó y todavía puede contar que él estuvo allí; porque otro fue consciente de que había cruzado mástiles con uno de los mejores y más geniales guitarristas de todos los tiempos; y para Paco, porque, a pesar de su permanente seriedad, siempre disfrutó con la música. Y la música con él. Y, por último, especial también para mí porque aquella cita imborrable era, es, algo que guardaba como un tesoro para algún día contársela a mis nietos. Lamentablemente, la repentina muerte de Paco de Lucía ha adelantado el relato de mi batallita.

En fin, por mucho que duela la muerte de un músico, realmente no importa porque gracias a su obra, a su legado, seguirá siempre vivo. Eternamente vivo en cientos de recuerdos, en miles de corazones.