Por encima de las maravillas del casco histórico de Toledo, arropada por la Virgen del Valle, se eleva una ermita gastronómica de cocina tradicional con aires de autor, servicio impecable y horizonte para el recuerdo. Colgado en la montaña, este restaurante es un mirador que llena los cinco sentidos en el tiempo de un almuerzo o una cena de altura.
Juan Domínguez es el joven chef responsable de que nuestro paso por La Ermita se vea colmado de sabores castellanos que se posan sobre el plato como si de obras de arte se tratase. Las materias primas, que rozan la excelencia en cada temporada, merecen desde luego ese tratamiento, y se enmarcan en el conjunto del lienzo que es Toledo en sí misma, y que se divisa a través de los amplios ventanales.
Del monte, el ciervo. Marinado con cerveza y miel o en croquetitas con salsa de romero. De la meseta, el cerdo. En forma de lomo de orza con asadillo manchego o en rulo de cochinillo, deshuesado y asado al momento. Del cielo, el pichón en texturas o la variedad de patés de ave. De los pastos, el inconfundible queso manchego, y así hasta completar una exquisita selección que aúna tradición en la base y vanguardia en las formas.
Del maridaje, en bodega, se encarga Casto Carvajal con la experiencia que dan los años. La carta, pequeña y mimada, apuesta fuerte por los vinos de la tierra, que adquieren por suerte cada vez mayor consideración. El Vínculo o Pago del Vicario demuestran la salud de los vinos manchegos y son acompañantes de excepción en La Ermita.
Y al fondo, Toledo. La imperial, la mágica Toledo. Imán de la cultura a lo largo de nuestra historia. La que levanta el asombro de todo el que se aproxima. La que La Ermita nos ofrece desde una posición privilegiada, mientras degustamos toda su esencia.
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