Los mercados están de moda. Ya sea por comer sin entretenerse demasiado, por tener la opción de probar diversos productos en un mismo recinto, por ser un concepto informal, un plan que surge al momento entre amigos sin necesidad de reserva previa, o bien por la novedad y lo económico del tapeo a cualquier hora, suelen ser una opción que no falla. El último ejemplo en la capital homenajea a uno de toda la vida. Es San Ildefonso, igual que su antecesor (derruido en los 70), y es el primero que, realmente, se abre a la calle y nos invita a introducirnos en una espiral de sabores.
Situado en una zona de paso inevitable, en una de las calles más comerciales y animadas del centro, San Ildefonso aparece discreto en un esquinazo de esos que caen en el olvido hasta que reviven con un gran proyecto como este: el primer street market de Madrid y de España, inspirado en los mercados callejeros londinenses y neoyorquinos.
Casi podría decirse que es una prolongación de la propia Fuencarral. Sus amplios ventanales abatibles nos llevan directos a entrar en un espacio con esencia urbanita gracias a un espectacular diseño de estética industrial en el que mantener la amplitud y los espacios abiertos ha sido prioridad. Una vez dentro, parece que estemos en un antiguo almacén a medio construir, con estructuras a la vista, ladrillo, hormigón y metal que le dan el encanto de lo clandestino, de lo que sorprende y uno no descubre hasta que se atreve a explorarlo.
La oferta de San Ildefonso se distribuye en tres plantas y se basa en el producto ya preparado. No es un lugar donde hacer la compra, es un lugar donde degustar o llevar a casa las materias primas puras o manufacturadas, pero siempre listas para tomar. En sus 700 metros cuadrados y tres alturas caben dieciocho puestos, tres barras en cada piso para las bebidas, mesas altas corridas franqueadas por algún que otro taburete y dos terrazas: la principal está recubierta por un graderío de madera que genera la sensación de estar en una plaza más de las que esconde el barrio de Malasaña y la segunda es un coqueto rincón entre plantas, rodeado de vegetación a modo de bucólico parque urbano.
En este mercado tan peculiar, cada puesto corresponde a un proveedor que ha sido minuciosamente seleccionado. Así, encontraremos los ibéricos de Arturo Sánchez, los quesos de Poncelet o las hamburguesas con panes caseros de Gancho y Directo. Huevos 2.0 (en todo formato), ahumados, riquísimas croquetas con leche de Guadarrama, brochetas de sabrosas composiciones, guisos tradicionales, verduras frescas, "pescaíto frito", marisco de Galicia y hasta de Valladolid, con la curiosa Gamba Natural que allí crían,... y todo con la calidad que certifican las distintas indicaciones geográficas a lo largo y ancho del país.
Es un mercado, sí, pero uno que sorprende porque su variedad es tanta que siempre puede probarse un bocado nuevo. Tanto estando de paso como dedicando la tarde o parte de la noche a explorarlo, San Ildefonso se ha convertido en una parada obligatoria.
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