Restaurantes

Midtown, solvencia elegante

Midtown, en el Paseo de la Habana de Madrid, es un descubrimiento.

Los críticos gastronómicos se dan mucha cátedra y magisterio sobre lo que debemos comer o no en los restaurantes. Tienen mucha prosa, y a veces hasta verso para orientarnos siempre sobre sus gustos, o sobre sus intereses, porque no es nunca oro todo lo que reluce, ni siquiera cuando hablamos del paladar. Yo no soy gastrónomo, y repito en los locales si me atrapan con la comida, pero sobra todo si además me tratan con una sonrisa y con amabilidad no fingida y si el local lo merece, porque te cobija de tanta horterada y tanta frialdad ruidosa.

Midtown es un descubrimiento de un barrio copado por locales de todo fuste. Vecina con el Estadio Bernabéu y el Corte Inglés de Castellana. Está en esa zona de Paseo de la Habana abrazada por un parque pequeño y grato que frecuento en paseos nocturnos y matutinos. Tiene una carta de eso que ahora llaman cocina mediterránea. Te ofrecen productos de la huerta, del mar y de la tierra, o así lo escriben ellos. Pero a mí me da la impresión de que saben mezclar los sabores de muchas cocinas del mundo con talento y habilidad inteligente.

Me llevó mi Julia favorita y lo he frecuentado ya tres veces. Tiene un toque neoyorkino que me gusta, y me entretiene, y he disfrutado de las cenas porque previamente he esperado en una barra grata donde te ofrecen cocktails de fuste, porque la peña no habla a gritos, y puedes escuchar, y que te escuchen, y porque el personal es agradable, amable y no te agobia, aunque sabe aconsejarte sobre lo que dicta el mercado del día, para aprovechar la calidad.

He probado ya las croquetas de rabo de toro, los papardelle al funghi, las gyozas de pollo y verduras, los nidos de gambón en verdura, las mini hamburguesas, los crispy chicken Burger y las costillas de Black Angus, y certifico que a mi paladar profano le han encantado.

Quien maneja los hilos de la atención al cliente, además de camareras y camareros complacientes, es Asís, un tipo joven, con rostro simpático y natural, que no para de moverse y que tras el postre, una tarta de limón que enciende el pelo, consiguió que yo hiciera algo que jamás practico: beberme un licor. En este caso, de kiwi. Y no me arrepiento.

En una ciudad como Madrid donde cada día de topas con un restaurante nuevo me malicio que estos de Midtown han abierto para quedarse. Porque se conducen con profesionalidad y porque te hacen sentir casi como en casa. Un restaurante solvente y elegante, sin pretensiones. Pues eso.