En 1923 nacía Sole, una de estas mujeres adelantadas a su tiempo, que supo hacer de las dificultades una oportunidad y cuyo amor por la costura la introdujo en la alta sociedad española, para la que diseñaba con asiduidad. Impregnó todo lo que la rodeaba de amor y de elegancia, y hoy sus nietas la homenajean en un cálido café en Alonso Martínez.
La Sole sabe a crema de verduras recién hecha, a quiche de espinacas y bacon, a tarta de manzana. Huele a pan horneado, a té rojo y a buen café. Se viste de antiguas tapicerías, de butacas restauradas de viejos teatros, de vajillas de porcelana, de hilos y costureros con los que se teje un ambiente hogareño en el que perder la cuenta del tiempo que pasa entre sus paredes.
La Sole es pequeña en espacio pero extensa en deliciosas recetas sanas y elaboradas en el momento. Su ensalada de quinoa y perdiz, su salmón ahumado al té negro o sus asados enamoran a todo despistado que se cuela, sin saberlo, en este lugar encantador que contagia sonrisas.
No hay platos pesados. En su lugar, todo opciones ligeras y sabrosas para disfrutar en mesa o llevar a casa o al trabajo. Sus sandwiches son cómodos y ricos y sus desayunos suponen el perfecto break matutino para reponer fuerzas hasta la tarde. Vegetarianos y celiacos también son bienvenidos.
La Sole cuida al cliente hasta el punto de que gran parte de los platos se elaboran a petición de sus incondicionales. Las opciones más solicitadas son las que permanecen mientras van probando a incorporar novedades de temporada para que juzguen los propios comensales. El mayor éxito, sus tartas artesanales de manzana, zanahoria y chocolate, famosas en el barrio.
Es así. La Sole es un reducto de tranquilidad en el que desconectar del ajetreado centro de Madrid sin salir de él. La Sole podría ser cualquier abuela que nos invita a pasar la tarde en casa y nos mima con meriendas de esas que dejan en el recuerdo notas de canela.
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