Oribu Gastrobar en Madrid
Restaurantes

Asia castiza, España contemporánea

Así es Oribu. Un nuevo templo low cost con visos de grandeza.

¿Se han cambiado los papeles? Sí. Al menos lo han hecho en Oribu, un nuevo espacio en Madrid que sirve de trampolín culinario al joven Óscar Horcajo. En él hace auténticas travesuras con la cocina de aquí y de allá. Y lo mejor de todo es que están deliciosas.

Un cocido madrileño en forma de gyozas. Croquetas de jamón fritas en pan japonés. Un tataki de ternera con salsa de miso y miel de flores o una tortilla de patatas en tempura. Son las locuras gastronómicas de una futura promesa (o tal vez ya actual talento) de nuestra gastronomía, fiel discípulo de Alberto Chicote, de NoDo y de Pan de Lujo.

Óscar se ha plantado en la cocina de Oribu dispuesto a no dejar títere con cabeza. Los chipirones fritos a la andaluza los enrolla en un futomaki, a las hamburguesas les añade barbacoa japonesa, la presa ibérica la sirve en forma de tataki o de nigiri con mojo rojo, el que también utiliza para el sahimi de atún que adereza con olivas negras. ¡Qué exquisito delirio!

Su arte hace honor al nombre del local. Oribu viene a significar "aceituna" en japonés, uniendo así el buen producto español con el mimo y el detalle en cocina del continente asiático. Los ideólogos del proyecto son Iván y Mark, dos jóvenes emprendedores que se han puesto el mundo por montera. Llevan toda la vida en España pero sus raíces familiares están en China y está claro que no quieren desprenderse de ellas.

Conocieron a Óscar en la Expo de Shanghai en 2010, para la que el gran Pedro Larumbe le reclutó en su labor de embajador de nuestra gastronomía. Desde entonces, supieron a quién querrían al frente de sus fogones en su futuro proyecto en la capital española. Y acertaron. El tiempo lo corroborará.

Su cocina tenía que tener un entorno a la altura, y se lo confiaron a Álvaro Oliver Bultó, Éste firma el interiorismo de un amplísimo espacio frente a la Plaza del Rey, una suerte de taberna moderna, antiguo café y salón de casa. Hasta tres salas en las que se saltean mesas altas de mármol, rústicos rincones íntimos, vajillas y bodega vista en modernas vidrieras e incluso elementos de caza que juegan a ese vaivén entre lo de siempre y lo actual, lo más nuestro y lo más suyo.

Si puede haber algo mejor es el precio. Oribu presenta su toque español no solo en la fusión de tendencias, también en la forma de degustarla, a modo de tapeo a cualquier hora del día. No hay platos únicos, todo puede compartirse a modo de raciones sobre la mesa o en su barra, en la que acabar la noche tomándose un buen cóctel.

Oribu juega, revuelve y desconcierta, en el mejor sentido de cada una de las palabras. Es fusión donde las haya, alta cocina en dosis de realidad para sibaritas y paladares de a pie. Un nuevo templo low cost con visos de grandeza.