Yerma, esa mujer con un deseo, con una ilusión que haría que se sintiese la mujer más feliz del mundo. Esa mujer en la que la ilusión se torna en obsesión, provocada por haberse casado con el hombre equivocado en un tiempo en el que eso supone la cadena perpetua del alma. Yerma, una mujer cuya ilusión se transforma en obsesión y termina convirtiéndose en una ira que le llevará a un inesperado desenlace.
En los tiempos que vivimos, mucho se habla de la importancia de contar historias para abordar un tema concreto, un problema o una situación determinada en la vida de una persona, animal o cualquier aspecto relacionado con cualquier cosa. La clave para llegar al fondo de las almas de loa lectores está en desarrollar una historia completa alrededor de esa idea que se quiere transmitir. Parece entonces que esta forma de contar algo a través de una historia es propia de nuestro tiempo, pero nada más lejos de la realidad.
Si hay alguien en el universo de la literatura, capaz de transmitir exactamente la idea que quería transmitir y hacerlo de forma que el lector quede enganchado a la idea de principio a fin, esa persona es Federico García Lorca. Y su canal de comunicación, la poesía y el teatro. Como veis, una vez más parece que todo está ya inventado desde hace tiempo.
Si queremos descubrir la desesperación de una mujer ante la enorme dificultad con la que se encuentra para conseguir ser madre, sólo tenemos que leer Yerma, de Federico García Lorca. Desde el mismo título de la obra, ya estamos haciendo frente al problema: Yerma… como esa tierra incultivada que no tiene otro fin que el de estar ahí llegando, como máximo, a ser contemplada y sin aportar nada al entorno o al mundo en el que reposa. Yerma es el nombre de la protagonista y en su interior se ve a si misma como esa tierra. Para poder contar esa desesperación, hay que ponerse en el lugar de una mujer con ese problema y, siendo un hombre el que lo hace, es tarea harto complicada. Hay que ser García Lorca para conseguirlo con esa pasmosa efectividad.
Ahora, puestos en la piel de esta mujer desesperada, vamos a escribir una obra de teatro – debió pensar García Lorca -. Pero para dar más fuerza a la historia hemos de introducir algunos personajes desagradables y otros que puedan dar esperanza de un final feliz a este drama. Además – siguió pensando – son necesarios unos símbolos que vayan marcando el devenir de esa parte de la vida de Yerma en la que la mayoría estaremos de su lado. Puede que algún loco degenerado se ponga en contra. Tiene que haber de todo. Quizás sea algo complicado para el lector – concluyó en sus pensamientos -, mas es necesario. ¿Pensaría todo esto Lorca cuando escribía Yerma? No lo sabemos, pero lo más seguro es que toda la enorme obra de teatro que fabricó fuera surgiéndole sobre la marcha, convirtiéndose en un legado literario que sólo los grandes genios como él pueden ofrecer al resto de la humanidad.