Nunca lo he pasado mejor que cuando empujé a Joan Crawford por las escaleras durante aquel rodaje. Lo comentó sin parpadear, relamiendo cada palabra. La mirada más inquietante de Hollywood rezumaba satisfacción al evocar una de las escenas más crueles de la batalla campal en la que se convirtió aquel plató de cine bajo el mando de Robert Aldrich. Corría el año 62 cuando el viejo zorro de la Metro se la jugó. La “fábrica de sueños” andaba de capa caída. Las viejas glorias de la época dorada no levantaban cabeza. Y sí, Robert Aldrich se la jugó. Una película de bajo presupuesto, dos divas chapoteando en el fango de lo que ellas creían el ocaso de sus carreras. Dos egos enfrentados en un discurso demoledor sobre el declive, la maldad, la envidia. Dos hermanas ficticias despedazándose en una mansión decadente. Jane y Blanche. Bette y Joan.
Joan Crawford y Bette Davis. Meter a aquellas dos fieras en la misma jaula era una apuesta arriesgada. Casi un suicidio. Pero al director de ¿Qué fue de Baby Jane? el envite le salió de cine. Porque el odio mutuo no era ficción. Cuentan que durante el rodaje la Davis mandó instalar una máquina expendedora de Coca-cola justo frente al camerino de Joan Crawford. El hecho carecería de importancia si no fuera porque en aquel momento Joan estaba casada con el CEO de Pepsi. Las riñas se sucedían, las dagas envenenadas volaban por un estudio donde la inquina se cortaba al peso.
Y claro, el odio envejece muy bien. Como el morbo de los chismes y las frases lapidarias. Así que en el 2011, Anton Burge retoma el mítico rodaje para llevarlo al teatro. Antes, había buceado en las biografías de Davis y Crawford, revisado declaraciones y documentos, leído el libro Bette & Joan. The Divine Feud, de Shaun Considine. Finalmente escribió Bette & Joan. Un solo día en los camerinos de ambas leyendas hollywoodienses le basta al dramaturgo británico para recrear en las tablas sus miedos, ambiciones, traiciones y odios.
Los brillantes monólogos sólo interrumpidos por un sinfín de riñas físicas y pullas verbales se suben a los escenarios españoles bajo la dirección de Carlos Aladro. Goizalde Núñez (Joan) y Yolanda Arestegui (Bette) encarnan con maestría las personalidades de las actrices. Papeles complicados y conmovedores que van más allá de las rivalidades personales y profesionales en las que se enzarzaron ambas hasta el final de sus días. Anselmo Gervoles, creador de la escenografía y el vestuario, construye el ambiente cinematográfico perfecto para el desarrollo de una historia trágica con tintes humorísticos, tan emotiva como intensa. Un homenaje a la película y también una profunda reflexión sobre el paso del tiempo. Y, ¿por qué no?, una reivindicación del papel de la actriz madura, en toda su plenitud y con una larga vida por delante.
La obra Bette & Joan se puede disfrutar en el Teatro Flumen (Valencia) hasta el 18 de diciembre.
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