Classical

Las óperas de reforma de Christoph W. Gluck

Las óperas de reforma encabezadas por Gluck dieron lugar a una querella entre sus partidarios y sus detractores, los piccinnistas.

Durante la primera mitad del siglo XVIII, siguiendo los modelos impuestos por Scarlatti en Italia y Lully en Francia, la ópera había llegado a convertirse en un espectáculo aparatoso, dominado por el virtuosismo de los cantantes, los efectos sorprendente y un lujo extravagante que no hacía más que reflejar la pompa de las cortes absolutistas de toda Europa. Con el objetivo de reconducir el género lírico, surgió un movimiento reformista encabezado por el compositor alemán Christoph Willibald Ritter von Gluck y el libretista Rainiero Calzabigi. En qué consiste la novedad lo describe el propio Gluck en el prefacio y dedicatoria al Duque de Toscana de la partitura de su segunda ópera de reforma, Alceste: Cuando me puse a escribir… resolví en diferir enteramente de todo abuso, introducido tanto por la errónea vanidad de los cantantes como por la exagerada complacencia de los compositores, que han desfigurado sobremanera la ópera italiana y han hecho de los más espléndidos y bellos espectáculos los más ridículos y tediosos entretenimientos.

Sin embargo, la Reforma de Gluck no gustaba a todo el mundo. Invitado por una ex alumna de canto, la reina María Antonieta, llegó a París para ofrecer su primera Iphigénie, Iphigénie en Aulide, que había compuesto sobre una adaptación de la tragedia de Racine. El estreno de esta ópera, al que pronto seguiría el de Orfeo ed Euridice en traducción francesa, desató un enardecido debate público reflejado por el antagonismo de las posturas estéticas que enarbolaban Rousseau y Rameau en la Querella de los Bufones. La representación fue un éxito, pero generó controversias. Ya se sabe que en tiempos de agitación el arte ejerce de válvula de escape. En París, los partidos antagónicos estaban formados, por un lado, por los piccinnistas, los defensores de los dramas del napolitano Nicolò Piccinni, cuyas óperas estructuradas en recitativos secos y números cerrados eran tradicionalistas y complacían a la aristocracia. A pesar de ese entusiasmo por parte de un gran sector de la nobleza, el otro bando, el de los gluckistas, coherente con las ideas racionalistas, vio en la obra del músico alemán un reflejo de las ideas ilustradas que iban alejándose de los cánones de la ópera italiana seria imperantes hasta entonces.

La llamada Querella de gluckistas y piccinnistas se resolvió en el único terreno en el que ambos podían defenderse bien, el de la ópera. Cada uno compuso una partitura sobre el tema de Iphigénie en Tauride, ambos basados en mayor o menor medida en la tragedia de Eurípides, pero con libretos diferentes, ambos en francés. La Iphigénie de Gluck fue un enorme éxito, el mayor de su carrera, y la de Piccinni un rotundo fracaso. Sin embargo, Gluck estrenó el mismo año que Iphigénie en Tauride otra ópera, Écho et Narcisse, cuyo fracaso le hizo dejar definitivamente Paris para retirarse a Viena. La querella entre ambos compositores, que siempre había parecido decantarse del lado del alemán, se extinguió sin conocer a su verdadero vencedor. Esperamos que estas ocho piezas sirvan para juzgar.