Su privilegiada posición geoestratégica para el comercio a través del Mediterráneo y la Europa Continental hizo que el norte de Italia gozara durante el Renacimiento de una envidiable posición económica. Las grandes familias de la burguesía mercantil, los Médici, Sforza, D’Este, Gonzaga o Aldobrandini, reclutaron intelectuales y artistas que se encargaron de buscar los fundamentos de una nueva cultura. En música, los instrumentos de cuerda, que en otros lugares de Europa se empleaban fundamentalmente como instrumentos de apoyo al teatro y la danza, irán adquiriendo en la Italia septentrional del Barroco una importancia cada vez mayor por sí mismos, siendo los destinatarios de un repertorio propio que se convertirá en el eje de la música de cámara.
Ejemplo de su importancia es que ciudades como Bolonia, Módena, Bérgamo, Brescia, Cremona y Venecia, fueron la cuna de los compositores para cuerda más importantes, además de que los mejores instrumentos se fabricaban en los talleres de Nicolò Amati, Andrea Guarneri, Carlo Bergonzi, Matteo Goffriller, Carlo Giuseppe Testore, Giovanni Grancino, Giovanni Tononi. Sin olvidarnos de Antonio Stradivari.
La expansión de los compositores hacia otros centros musicales italianos y europeos dio lugar a la creación de una escuela de intérpretes, compositores que abandonaron su tierra para llevar su estilo a países que supieran apreciar sus habilidades. Las relaciones dinásticas y diplomáticas entre las cortes europeas, y el nacimiento de una potente burguesía mercantil asociada al cada vez más pujante Imperio en el caso de Inglaterra, favorecían la circulación de compositores e instrumentistas. Músicos que, en algunos casos, podían ser inferiores para los cánones considerados normales, pero que se hicieron un hueco en el panorama musical de su lugar de destino por la fama de su lugar de origen y porque destacaban por su gran dominio técnico, la velocidad de interpretación, el gusto por la melodía y la permanente atención a la innovación.