Classical

La Alegría del Amor de Kreisler, a ritmo de vals

Hablar de Fritz Kreisler es hablar del mejor violinista del mundo en la época de la Primera Guerra Mundial.

A comienzos del siglo XIX el violinista y compositor italiano Nicolò Paganini exploró y amplió hasta extremos insospechados toda la gama de recursos y posibilidades técnicas del violín. Desde entonces a Paganini se le considera el mejor violinista de todos los tiempos. Posteriormente, el violinista y compositor húngaro Joseph Joachim, autor de tres conciertos para violín y orquesta, oberturas, y diversas transcripciones entre las que destacan las de los conciertos de Beethoven y Brahms, también fue considerado uno de los mejores intérpretes de su época. Hacia la mitad de la carrera profesional de Joachim apareció el ideal del virtuoso violinista, el navarro Pablo de Sarasate, ganador como niño prodigio y como adulto de todos los premios gracias a su vibrato, más amplio de lo habitual. A esta estirpe de ilustres violinistas le siguieron Eugene Ysaye, Jan Kubelik y Fritz Kreisler, el mejor violinista del mundo en los tiempos de la Primera Guerra Mundial.

El austriaco Fritz Kreisler estudió violín en el Conservatorio de Viena con Hellmesberger y luego, en el de París estudió análisis y composición con maestros como Massart, Bruckner, Auber y Delibes. Cuando terminó sus estudios realizó una gira por Estados Unidos con el pianista Moriz Rosenthal. Después de realizar estudios en medicina y cumplir con el servicio militar, poco antes del cambio de siglo retomó su carrera para realizar un montón de exitosas giras por todo el mundo. Pero en 1939 tuvo que huir de Austria por el nazismo, se nacionalizó francés y, finalmente, adquirió la ciudadanía estadounidense. Al poco tiempo de llegar a Nueva York, le atropelló un camión, accidente que le fue apartando gradualmente del cálido contacto del público después de una trayectoria realmente singular. Admirado por los críticos más exigentes y por colegas tan insignes como Enesco, Thibaud, Elman, Heifetz, Zimbalist y Oistrakh, Kreisler ofrecía en sus conciertos un espectro interpretativo muy atractivo y variado, desde el rigor y la hondura de los más notables conciertos románticos de violín, como los de Beethoven y Brahms, hasta piezas cortas y ligeras para violín y piano de producción propia caracterizadas por el encanto melódico y el estilo de su ciudad natal, Viena. Sin olvidar, claro está, todas las piezas que compuso a la manera de autores del pasado, franceses e italianos, como Vivaldi, Couperin, Pugnani o Corelli, que hizo pasar durante años como composiciones originales que él había descubierto, aunque al final tuvo que reconocer que eran suyas.

Entre las piezas cortas que compuso deben destacarse las Tres danzas vienesas antiguas, un conjunto de tres piezas cortas para violín y piano, Liebesfreud -La alegría del amor-, Liebesleid -El dolor del amor- y Schön RosmarinEncantadora Rosemary-, que Kreisler solía tocar bises en sus conciertos. No se sabe cuando las escribió, pero sí cuando las publicó, en 1905, atribuyéndolas deliberadamente, para no perder la costumbre, a uno de los primeros compositores en reformar el vals de origen campesino para que pudiera ser disfrutado por las clases altas, Joseph Lanner, amigo y rival de Johann Strauss.