Classical

¡Llega el invierno y con él, Vivaldi!

Una pieza imaginativa, original y fresca de Vivaldi para un invierno que, poco a poco, vuelve a llegar.

Muchos han sido los compositores que a lo largo de la historia han tenido en la naturaleza una fuente inagotable de inspiración. Vivaldi, Beethoven, Liszt, Brahms, Schumann, Messiaen, Grieg, Sibelius, Saint-Saëns, Debussy, Prokofiev, Copland, Stravinski y Vaughan Williams son sólo algunos ejemplos de compositores de todos los tiempos que volcaron en sus partituras pensamientos y sensaciones para describir la naturaleza, creando sonidos que nos evocan paisajes y lugares, el canto de las aves, el siseo de las hojas, el estruendo de una tormenta, el crepitar del fuego, el delicado murmullo de un arroyo o los infinitos rumores del mar, la quietud de un valle, incluso el silencio. Aunque la música en esencia es un arte no representativo, es capaz de codificar la naturaleza y es capaz de hallar en lo natural las claves emocionales para conmovernos. Siguiendo el principio el arte imita a la naturaleza enunciado por Aristóteles en su Física, los filósofos del siglo XVIII demandaban que todas las artes imitaran a la naturaleza bajo el principio de que en el arte es necesario ir a los detalles… y tener siempre a la vista un modelo para copiar.

Entre los conciertos más interesantes para violín de Antonio Vivaldi se encuentran los doce conciertos de la serie publicada en 1725 Il cimento dell’armonia e dell’invenzione, de los que los cuatro primeros forman los famosos conciertos conocidos como Las cuatro estaciones, conciertos en los que está muy presente el carácter expresivo de la música en relación con la naturaleza. Traducido como El enfrentamiento entre la armonía y la invención, en esos doce conciertos de la serie el compositor veneciano manifestaba su intención de hallar un equilibrio entre la armonía -las reglas de la estructura musical- y la invención -la libre expresión creativa-. Armonía e Invención, Razón frente a Imaginación, Conciertos profanos escritos por un sacerdote veneciano con un extraordinario olfato para los negocios que desde su ordenación sólo tardó un año en renunciar a celebrar misa. Nada más y nada menos que la manifestación de la riqueza cultural de una Venecia en decadencia acostumbrada a contrastes de todo tipo.

Las cuatro estaciones representan lo más imaginativo y original de la música programática barroca. Pero lo de Vivaldi en Las cuatro estaciones va más allá de una simple descripción de la naturaleza, pues no la imita, sino que consigue captar los sentimientos e impresiones que nos produce. Como es natural, Las Cuatro Estaciones contribuyeron al creciente interés del público y de los compositores por la música de la naturaleza, un movimiento que alcanzó la cima con Las Estaciones de Haydn y la Pastoral de Beethoven, curiosamente una de las escasas obras de música programática salidas de la pluma de Beethoven. Sin embargo, aunque Las cuatro estaciones sean los conciertos para violín más conocidos de Vivaldi y los más famosos del mundo, no se representaron públicamente durante más de 200 años.

Para resaltar la exactitud de representación, la edición original de cada concierto está precedido por un soneto -de autoría desconocida, aunque se intuye que pudieron ser escritos por el propio compositor-, que describe con precisión una serie de imágenes, paisajes, sonidos y sentimientos asociados con distintos momentos de cada una de las cuatro estaciones. Así, en el cuarto Concierto en Fa menor, op. 8, RV. 297, El Invierno, Vivaldi describe con acierto la sensación de frío, el trinar de dientes, el caminar lentamente sobre un hielo que comienza a resquebrajarse mientras se comienza a correr buscando refugio y, encontrado éste, el fuerte viento y la música que penetra por puertas y ventanas acompañados de un soneto que dice:

Temblar helado entre las nieves frías
al severo soplar de hórrido viento,
correr golpeando el pié cada momento;
de tal frió trinar dientes y encinas.
 
Pasar al fuego alegres, quietos días
mientras la lluvia fuera baña a ciento;
caminar sobre hielo a paso lento
por temor a caer sin energías.
 
Fuerte andar, resbalar, caer a tierra,
de nuevo sobre el hielo ir a zancadas
hasta que el hielo se abra en la porfía.
 
Oír aullar tras puertas bien cerradas
Siroco, Bóreas, todo viento en guerra.
Esto es invierno, y cuánto da alegría.