El deseo de alcanzar lo que no tenemos es uno de los arquetipos culturales más arraigados de Occidente. La consecuencia del pacto entre los hombres y la naturaleza para alcanzar el objeto deseado no es la condenación final, sino comprobar que el resultado no nos satisface, simplemente porque el objeto es únicamente deseable cuando es inalcanzable. La historia de Rusalka es la misma historia que la de Fausto, la historia de un pacto que fracasa. Rusalka desea convertirse en humana para amar y ser amada por el príncipe. Pero cuando consigue su humanidad mermada, su frialdad le impide sentir la pasión imaginada. El príncipe se enamora de Rusalka desde el primer momento, pero pronto la abandona. Solamente cuando Rusalka vuelve al agua, condenada para la eternidad, el príncipe la desea y hace todo por recuperar lo imposible.
Las rusalki son unas legendarias figuras de los cuentos de hadas de la tradición oral del Polesie, una región que abarca un amplio marco geográfico de varias provincias de Bielorrusia, Ucrania, Polonia y Rusia. La primera aparición de las rusalki en la literatura europea se debe a un largo romance escrito en prosa por Jean d’Arras en 1394 bajo el título Roman de Mélusine de la Chronique de Melusine. Melusine era una ninfa acuática con cola de serpiente que se casó con un mortal y de manera sobrenatural, cuenta el romance, influyó sobre el crecimiento espectacular y posterior caída de la casa francesa de Lusignan. Llámese Sirena, Ninfa, Ondina, Melusina, Mermaid, Meerfrau, Mor-greg o Rusalka, las doncellas acuáticas son espíritus elementales con cuerpo y sangre que las une al mundo de los hombres, pero con ausencia de alma, lo que las une al mundo de lo sobrenatural. Como La Sirenita de Hans Christian Andersen, su anhelo consiste en convertirse en humanas y poder amar, pese al dolor y la muerte. En ese cuento del danés Andersen se inspiró vagamente Jaroslav Kvapil para escribir, en 1899, Rusalka, un bello cuento en tres niveles, el cuento infantil, la parábola moral y el mito, sin saber si alguien le pondría música alguna vez.
Rusalka, se enamora de un príncipe que acude a menudo a bañarse, y suplica a su padre, el espíritu de las aguas, ayuda para convertirse en mujer. Depués del célebre Himno o Canto a la luna, la pieza más famosa y apreciada de la ópera, una hechicera le concede el deseo a cambio de que pierda el habla. Están a punto de casarse, pero entra en escena una princesa extranjera, de quien el caprichoso príncipe se enamora, porque también es hermosa. Y habla. Desterrada del reino de las aguas, ni ninfa ni humana, Rusalka recibe al príncipe que, arrepentido y enamorado, regresa a su amor acuático y muere en sus brazos a consecuencia de un beso fatal. Como tantas otras veces, se trata de una muerte por amor.
Junto con La novia vendida de Bedrich Smetana, Rusalka -opera de tres actos estrenada en Praga en 1901-, es la ópera más conocida y querida del teatro lírico checo. Dvorak había ya mostrado su interés por los temas del folklore checo en un conjunto de Poemas Sinfónicos inspirados en las baladas populares de Karel Jaromír Erben. Después de su estancia en Estados Unidos, Dvorak terminaría sus días en su añorado y querido Viejo Mundo, siguiendo el ahnelo que había perseguido durante toda su vida, ser un simple músico bohemio. Y adoptó un libreto centrado en un espíritu de las aguas, un antiguo motivo muy estimado por el romanticismo para hacer una música robusta, sana y sólida, con una peculiar fuerza sinfónica que convive con suaves melodías tradicionales checas, conjunto basado en el leitmotiv wagneriano sobre las relaciones no siempre armónicas del hombre con la naturaleza.