Las terrazas también son para el otoño, y lo son porque el otoño es todavía cálido, porque nos negamos a hibernar, porque no tenemos todavía el cuerpo de alfombra, suelo y chimenea, porque no nos exige mucho abrigo y nos encanta estrenar zapatos y media manga… Y por eso, lugares como la terraza de Rubaiyat son el impás perfecto entre la calidez del verano y el frío del invierno, por su encanto, sus delicias… y sus velas.
Madrid, en su prisa y su ser urbano, esconde pequeños rincones mágicos que son tan oasis del asfalto como los palmerales lo son a su vez del desierto; uno de esos rincones es una terraza, una que se ha vestido de otoño en sus noches tempranas, frondosidad fingida y luz de siempre, de fuego, candelabro y velas; con el encanto del mobiliario rústico y la mantelería de lino y en un entorno tan inspirador, resulta inevitable disfrutar la mesa y la compañía.
La mesa se disfruta ¡y cómo! con la alta cocina de Carlos Valentí sobre ella, pero antes, para abrir boca y relajar el ánimo, una caipirinha como pocas, cachaça, limas, azúcar de caña y hielo; a continuación el festín.
Una docena de variedades de pan elaborado a diario en horno de lecha para acompañar un menú de carpaccio de setas, tomatitos confitados o verduras asadas, y, como la estrella es la carne, tropical kobe beef... como postre y colofón, tatín, tarta de hojaldre y manzana de origen francés, panqueques de dulce de leche o quindín, una especie de tocino de cielo elaborado con coco típicamente canarinho... que por algo cenamos hoy en el Brasil más castizo... el restaurante Rubaiyat.
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