Después de la hamburguesería Buns y del restaurante Caná, Fredi Navarro ataca de nuevo con Tacatá, en Pozuelo de Alarcón. Un negocio que aúna lo mejor de sus anteriores proyectos y crea un espacio para una comida o una cena relajada e informal, de esas que empiezan con un "pica pica" y terminan con el sonido de un brindis (o dos).
Ahora que estrenamos primavera, pocas cosas hay más apetecibles que disfrutar de la luz de estos días que se alargan poco a poco. Tacatá nos saca del ajetreo capitalino no solo por estar fuera de la gran ciudad, también porque cuenta con una tentadora terraza y un amplísimo local abierto con jardín trasero de esos que no se encuentran ya en Madrid.
El entorno de diseño lo hace atractivo desde que uno entra por la puerta, y todo gracias al buen gusto de Fredi, detallista alma máter de este lugar. Hábitat y Francisco Segarra en mesas, sillas y bancadas; Society6 en las paredes, e incluso el Rastro en detalles puntuales reutilizados, como las pajaritas que revolotean alrededor, son los nombres que conforman un conjunto que funciona. Y tanto que funciona.
Tacatá se orienta a un público joven que quiere disfrutar, sin las prisas habituales, de una carta bien construida en base a la esencia mediterránea. Una carta que, siendo asequible, no descuida la calidad del producto de temporada en presentaciones sencillas y deliciosas regadas con un refrescante combinado recién salido de la coctelera.
Cocas de pan de cristal, croquetas, pulpo a la brasa, tartares y carnes a la parrilla atraen miradas, y un foie mi cuit hecho en casa termina de conquistar paladares. Tacatá es de esos sitios que apetecen, por sabor y por sencillez. Uno de esos lugares fáciles en los que aflojarse la corbata, olvidarse del reloj y despedir la semana, horas más tarde, con un "hasta la próxima", porque no cabe el "adiós". A Tacatá siempre se vuelve.
Fotos: Victoria Verdier
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