Restaurantes

La Fábrica, un espacio para comer y disfrutar del gusto, del aroma, del arte, las letras

El restaurante La Fábrica es más que buena cocina italiana, es un lugar para los placeres y los gozos, para las emociones.

Quizás porque mi niñez sigue jugando en su playa hay aromas que despiertan el Mediterráneo en el que nací y que llevo dentro, y lo agitan. Así la cocina italiana, la buena cocina italiana, parte de una identidad gastronómica global, de La Fábrica, en el Paseo del Prado, Barrio de las Letras, de Madrid, que tiene ese olor y ese sabor que llevamos dentro, de la mejor cocina mediterránea, italiana, napolitana, de los grandes sabores.

Qué le voy a hacer si yo me pierdo en los aromas de los cítricos, del pescado, del marisco, de las verduras, del hinojo, del tomate, de la ralladura de limón. Placer y gozo, reconozco. Debilidad ante la cocina de La Fábrica, ante su breve pero completa carta que esconde intensas emociones tras cada plato de los que es responsable la napolitana Valentina Ciardulli, chef ejecutiva.

La cocina como parte de esa cultura de saber vivir que es decir tanto como de disfrutar de la vida, del placer de la consciencia de cada sentido, del sabor, de los aromas, de las texturas.

Entre la playa y el cielo -una playa siempre evocada y la belleza de los cielos de Madrid- en La Fábrica el producto de temporada se convierte en una joya gastronómica enraizada en nuestras más profundas emociones, de la mañana a la noche. Desayunar, comer, cenar, el tiempo en La Fábrica es eterno, dispuesto a compartir un Antipasti con alcachofas en aceite, tomate semi-seco, cebollas confitadas, jamón italiano ahumado, bresaola del Piamonte y rocas de parmesano reggiano con reducción de vinagre de Módena y aceite de arbequina, para unos boquerones fritos con ralladura de limón, para una ensalada de hinojo, naranja y anchoas.

Llevas su luz y su olor, y el sabor de los spaghetti alto Scoglio con mejillones y almejas o al nero di sepia, el de los Tagliatelle alla Norma con berenjenas, tomates y ricotta salada, o los Pappardelle con ragù de jabalí, el bacalao confitado con patatas y cebolla escalibada y el corte crujiente de secreto ibérico con puré de tubérculos y salsa de cítricos.

O de esos tres platos diarios del menú que se elabora en función de lo más fresco que cada día ofrece el mercado. Y los postres, artesanos, deliciosos, para compartir, tiramisú, panna cotta o el pastelero de chocolate belga con sal, aceite y pimienta. Y una gran carta de vinos españoles, italianos, franceses y portugueses sobre los que predomina la bodega Matador que elabora cada año un coupage exclusivo, singular e irrepetible tan solo para La Fábrica.

A sus atardeceres rojos le acompaña un amplio espacio donde descubrir el arte, las letras, la fotografía y productos exclusivos y exquisitos. Una espacio para satisfacer todas inquietudes, placeres mediterráneos, con una galería de arte, una librería especializada en fotografía y una tienda de productos seleccionados; madera, color y arte de la mano del interiorista Iñigo Güell, que juega con la marea y lo llena de un sorprendente y sencillo eclecticismo en la que se huele, se lee, se degusta, se mira y entran en juego todos los sentidos, con la humildad de una orilla a la que todo llega.

Y te vas pensando en volver a sus desayunos, a sus meriendas de mermeladas caseras y mantequilla artesanal, a sus platos llenos de mimo, aroma y referencias, a su espacio con alma de marinero. Porque qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo y en la Fábrica se amontonan amor, juegos y cenas.

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