El mar frente a la cocina marinera del Tragamar.
Restaurantes

El mar frente a los sabores del Tragamar

Es la playa. Es el paisaje. La cocina marinera, los arroces y el mar. Siempre le mar.

Es el sol, es Costa Brava. Es agua transparente, turquesa y el aroma de las gambas carnosas a la plancha de la mesa de al lado que encaja a la perfección en el paisaje. Es la duda de cuál será el sabor que acompañe esta charla o la postal que vemos a pie de playa, porque cuesta distinguir quién será el protagonista. Es el restaurante Tragamar.

También es la Platja de Canadell y, en realidad, toda la Calella de Palafrugell. Es el rumor constante de las olas, ese murmullo que nos apacigua sin interferir. Es la sencillez de las recetas y los matices complejos de sus sabores.

Es el carpaccio de bonito al estilo sushi, pero también la sombra y la tranquilidad. Es la sorpresa de los mejillones de bienvenida y los arroces marineros que se debaten con el pescado salvaje por llegar a nuestra mesa.

Es las chirlas con comino y el mimo con que Raquel Tarruella cuida los detalles de la carta de su restaurante. Es la salsa secreta de las patatas Buthan que nadie sabe por qué pero todos las piden y regresan a por ellas. Es la calma y la sensación de que el tiempo no importa, porque no quieres que se escurra, pero tampoco quieres dejar de vivir el sabor que vendrá en el próximo minuto.

También es sentir los pies hundiéndose por primera vez en la arena tibia. El primer paso que da la bienvenida a las vacaciones. Es la sombra fresca disfrutando de pescados suculentos. Es el olor marino y el espíritu mediterráneo.

Es la copa de vino, esa nerviosa, ante una noticia que nos hace feliz. El brindis cotidiano celebrando cualquier motivo. Porque todos valen la pena. Como estar allí con ese horizonte que marca la diferencia. Esa línea lejana que todo lo divide y une.
Es la caminante sobre las rocas de después para comentar los aperitivos que interrumpen la anécdota. Es un entrecot de Girona a la plancha. Y la quietud y frescura. Pero también las croquetas.

Es la decoración en tonos claros y arenados y también es la madera. Es la postal exterior que se cuela por las enormes ventanas. Y llegan los erizos y el festín se compelementa con tomates frescos, aromáticos, con sabor a infancia y a campo.

Es el silencio y las gaviotas que lo interrumpen. Y la espuma del mar. Es el impulso de saltar con su llegada a nuestros pies. Es quedarse absorto siguiendo con la vista el baile de la espuma en la arena. Es, también, los huevos con gula. Y la albahaca. Y Girona. Y el calor y la sombra. Y Tragamar.

Es la secuencia de dulces y los colores de las frutas frescas. Y el mar. Y el paisaje.

Es el restaurante Tragamar. Es el mar frente a los sabores.

Salir de la versión móvil