De él se dice que es un animal poderoso e insaciable y hay quien prefiere llamarlo predador, porque arrasa con otros peces más pequeños, como sardinas o anchoas, que encuentra a su paso.
Este animal de apabullante currículum se llama, curiosamente, bonito del Norte. Quizá una de esas ironías del idioma que sirve de consuelo a quien tiene una boca grande con dientes afilados y pequeños y unos ojos que recuerdan a los del “Doc” de Regreso al Futuro.
Esa criatura de lomo azul intenso y barriga plateada que se pesca en el Cantábrico esconde en su vientre una pieza que nos pone a llorar de felicidad (o de tristeza, si cometemos el error de comprar una que recuerda a la suela de un zapato).
Su ventresca, también conocida como chaleco, se cuece y envasa, proceso al que la conservera gallega Frinsa añade algún paso más: trabaja con el pescado fresco (no congelado), lo envasa a mano y sin filetear y esto ayuda a que la grasa se quede entre sus láminas y podamos sentir una textura casi de mantequilla en boca.
Una sutileza marina que se recubre con aceite de oliva para guardar, aún con más recelo, su sabor. Por cierto, si perdéis de vista la lata en el horizonte del armario, mejor. Si la encontráis después de varios meses de caducada, mejor, porque algunas latas van a más con el paso del tiempo.
Además de sola y a temperatura ambiente, probadla en ensaladas o sobre pan fresco, con greentallarín, obra de Pepe Solla, o con tomate y cebolleta, receta de Juanjo López. Más ideas en los enlaces al pie de esta noticia.
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