Su vida transcurre entre rocas, frente al mar abierto y entre fuertes marejadas; quizá por eso las agrestes costas de las Rías Altas eran, y son, todo un paraíso para ellos que se adhieren con fuerza a las rocas y no claudican más que ante el percebeiro experto, uno de los que ha aprendido el oficio desde la cuna y sabe que cada vez que sale a la mar es su vida la que amenaza con quedarse prendida a la roca y a merced de las olas.
Y es que los percebes son escasos y ocupan las zonas de roca más complejas de alcanzar lo que los convierte, además de su delicioso sabor a mar, en una delicatessen. Se encuentran en las cosas francesas, las del norte de España e incluso el norte de África pero los de las Rías Altas, son de los más deseados, sino los más, los que habitan el fin de la tierra -Finisterre-, Cedeira -con su fiesta del percebe, apuntad, en agosto- y el Roncudo.
No es mal plan un viaje al norte para saborearlos pero, sin moverte de casa, puedes darte un capricho porque hay ya quien se ha atrevido a hacerse con los percebes, cocerlos, limpiarlos y, sin quitarles la gracia de su uña, enlatarlos.
Los Peperetes, una empresa conservera de Carril, en A Coruña, han sido los primeros en enlatar percebes para que tan solo te quede a ti abrir la lata, calentar su contenido y acompañarlo de un buen vino blanco, un Albariño, por ejemplo.
Puestos a llevarte el mar a la mesa en lata... que sean percebes.