El día de picnic estaba resultando de lo más interesante para la pequeña Antía, un nuevo día feliz en su vida; había recolectado moras y se las había comido (después de lavarlas en el río), también había corrido descalza en el campo de flores y bebido agua de una cantimplora; había alimentado a las hormigas a escondidas de su madre mientras se comía su bocadillo y ahora se disponía a descansar bajo un árbol; llevó consigo una toalla sobre la que tumbarse y también un cuento para leer porque estaba segura de que no se dormiría por más que su madre se lo recomendase, es más, pensaba estar muy atenta a todo lo que ocurría a su alrededor ¿y si, como a Alicia, se le cruzaba un conejo blanco con un reloj de bolsillo corriendo a toda prisa hacia un mundo fantástico?.
Si fuera así ¿qué haría? lo seguiría, sin duda, pero lo haría con gran sigilo porque no querría acabar siendo objeto de los gritos desquiciados de la reina de corazones ¡qué le corten la cabeza!, no, eso no se lo diría a ella; lo que de verdad quería era conocer al sombrerero loco, a la liebre de mayo y a la propia Alicia; y así, dejand volar su imaginación y con un ojo en su cuento y otro mirando alrededor... acabó cerrando ambos rendida por el sueño.
Al ver que tanto Antía como su hermano Brais caían rendidos de un placentero sueño, sus padres decidieron acompañar el café con una partida de cartas y manterse así a cubierto, bajo la fresca sombra de los árboles y junto al río, mientras el sol caía inclemente sobre la tierra, cuando pasaran aquellas terribles horas centrales del día, recogerían su picnic y reanudarían su ruta ya camino al coche y de vuelta a casa. -Ésta es la vida buena, querida- dijo él mientras repartía las cartas de la baraja francesa -así es- respondió ella mientras recibía con placer a la reina de corazones entre sus cartas.
La pequeña Antía se movió ligerante sobre la toalla, notaba un cosquilleo en su oreja derecha y, cuando aun sin despertarse del todo y después de haberse tocado la oreja varias veces, parecía que iba a seguir durmiendo, al insistente cosquilleo se unió un suave aullido, algo así como el sonido de viento o... se sentó de un salto con sus pelos revueltos y su mirada sorprendentemente despierta, miró a su alrededor buscando la aventura que la había traído de vuelta de su sueño y sólo vio a sus padres y a su hermano riéndose frente a ella, Brais comenzó a ulular de nuevo y su padre hizo aletear en el aire una pequeña rama que tenía en sus manos. Antía se frotó los ojos tratando de recordar lo que había pasado en la última hora pero lo cierto es que lo único que había pasado era que se había dormido y no, no había tenido ningún sueño o, de haberlo tenido, no lo recordaba.
-¡Vamos!- gritó Brais pegando un brinco -¡las aventuras no van a venir a buscarnos!- Antía se levantó colocándose el pelo como podía y respondió enfurruñada -no van a venir no, son como la vida ¡hay que salir a buscarla o te la pierdes!- y salió corriendo tras su hermano. -Han salido a mi- dijo la madre orgullosa mirando al padre... un papá que no pudo hacer otra cosa que mirar al cielo meneando la cabeza con cierta resignación; pero sabía que los tres tenían razón, la vida no esperaba a nada ni a nadie, la vida sólo ocurría y la decisión de vivirla o no era cosa de cada uno... Sonrió corriendo tras sus hijos, pensando que en su familia nadie estaba dispuesto a perdérsela.