Las habituales divagaciones de su mente tomaban a veces su cuerpo entero y, más que nada, sus pies; eran los días de vagar sin rumbo, caminar sin sentido ni destino, tan solo pasear y vagar al hilo de su divagar... Y esto ocurría sólo y siempre si él se había ausentado.
Vestía cómoda y discreta, acorde al tiempo, a la estación y al objeto de los pasos; por eso aquella mañana no parecían tan largas sus pestañas ni tan profundo su modo de mirar; caminaba primero deprisa, con pasos largos y decididos que parecieran saber incluso dónde la llevaban; según el cansancio se hacía presente los pasos se acortaban, el ritmo bajaba, la calma sobrevenía y la mirada, hasta entonces comprometida y vacía, se encendía en ideas e intenciones.
Le gustaba entonces colarse en el parque y recorrerlo para sentir el latido de la naturaleza en sus arbustos, sus árboles y sus pequeños habitantes e invitados... El paso era allí cada vez más lento y su divagaciones se alejaban un palmo de su cabeza.
Veía jugar a los niños y a las mamás charlar; sonreía al ver los grupos de adolescentes arremolinarse sobre sus teléfonos; el mundo era diverso, también en su parque, pensaba al ver, junto a los jóvenes hiperconectados, a aquella estilizada joven en verde esmeralda y tacón alto acompañada por un muchacho de ojos redondos.
Su divagar se tornaba evocación y recuerdo viendo a los pequeños, también a los adolescentes, se perdía en los contrastes con quienes, compartiendo edad, parecieran venir de un planeta distinto al suyo, y la acosaban las dudas y cuestiones viendo a quienes peinaban ya canas...
Estaba la pareja de los aspavientos que no fallaba ni un domingo, él todo un gentleman de traje sin corbata que caminaba con aire marcial -lo imaginaba, como poco, militar de corazón- y ella con un elegante paraguas siempre cerrado que, en los días de sol, se confesaba sustituto de un bastón; y siempre en ellos un no, un gesto mohíno y los brazos al aire en fingida indignación y es que, a pesar de todo, no faltaba aquel brillo en la mirada...
Llegaba entonces al parque y el paseo la antítesis de los enfadados perpetos, eran un par bien avenido, siempre cogidos del brazo en conversación baja o acogedor silencio, ella con su elegante cardado de domingo coronando su piel tostada... imaginaba su esbeltez al sol en elegantes bañadores; no alcanzó a verlo a él bien porque los apartó de su vista una joven que, tocada con tanto descaro como calzaba, casi corría más que caminar... curioso contraste, pensó, corrían los niños, los adolescentes y los más jóvenes ¡incluso sobre tacones! y en cambio los de cabeza perlada caminaban despacio, como si supiesen que en realidad no hay ningún lugar hacia el que correr...
Descubrió entonces a una pareja nueva, estaban sentados en un banco tirando miguitas de pan a las palomas para risa y fiesta de una pequeña zíngara que aplaudía el espectáculo; unos pasos más allá una mujer bella y un hombre guapo, miraban a la pequeña y a los mayores... y sonreían.
¿Sería posible? y de ser posible ¿cómo se haría? ¿cómo contener la felicidad de un instante en una vida? ¿cómo vestirse cada día en el amor de un paseo de domingo? ¿cómo no desgastarse y no morirse? ¿cómo no rendirse?
-Es magia- dijo una voz a su espalda... fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba divagando de viva voz; sonrió al hombre menudo que hablaba de magia y se alejó pensando que no, no podía ser magia.
El misterio estaba en el paso, no podía estar más segura de ello, en el tiempo de vida ganado en cada paso lento y perdido para siempre en un día de prisa; en ese tiempo ganado a la vida para sonreirse y besarse, ahí, estaba convencida, ahí estaba la clave que solucionaba el misterio y respondía las preguntas, ahí estaba el abrazo que alejaba el desgaste y la rendición hacia la que tantos se encaminaban con prisa en sus pasos raudos...
-No corras- dijo sonriendo a la joven tocada con descaro en cabeza y pies que de nuevo pasaba a su lado deprisa como alma que lleva el diablo...
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