The Sunday Tale

Un paseo por las nubes

Aquel paseo era una película, una metáfora de tantas cosas...

Cirros, estratos, nimbos y cúmulos. Gas. Gotas de agua. Cristales de nieve. Nubes.

Vistas las nubes como son y se definen, tendían a perder su encanto; prefería observarlas como siempre había hecho, obviando la composición y la definición de cada nube y quedándose sólo en su forma, confiriéndoles además cierta consistencia que las hacía paseables porque así las nubes eran sueños.

Sueños que volaban de la tierra al cielo y en el camino eran niebla, bruma y nube, se tintaban de rojo al amanecer y se ennegrecían cuando amenazaba tormenta, soltaban agua, granizo o nieve, o, sencillamente, se diluían. Eran las nubes en las que se hilaba o se perdía la vida, un refugio en todo caso en el que acomodarse al cerrar los ojos y soñar... soñar con las cosas perdidas para sentirlas de nuevo, con los anhelos para avivar la ilusión, y soñar imposibles por el mero hecho de evadirse y liberarse de las humanas y terrenales limitaciones...

Abrazó con ambas manos su taza de café caliente y se acercó a la ventana para descubrir que aquel domingo no había nubes, sólo un cielo inmensamente azul y un sol mentiroso que prometía en su luminosidad una calidez no concedida; y es que en febrero no conseguía nunca el bueno del astro rey lanzar sus rayos con el ángulo del calor y el verano.

Y, a falta de calor, comenzó a pensar en pasear de nuevo las nubes, en elevarse desde el suelo hasta ella y, al menos, acariciarlas... Sonrió imaginando lo que cualquier podría creer de poder oír sus pensamientos pero, en realidad, pensaba en algo muy terrenal y real, en un paseo por las nubes al alcance de cualquiera que se acercara a los Picos de Europa.

Recordaba aquella carretera de recorrido complicado, aquel mirar alrededor y deleitarse para mirarse después a los ojos y sonreírse; recordaba los kilómetros y rincones recorridos, la inmensa belleza del mirador del Fito con deliciosos valles a sus pies entre la playa y la montaña. Recordaba los sabores de aquella tierra, sus acogedores rincones, su agreste orografía, sus sonidos y su sidra.

Pero recordaba más que nada aquellas nubes porque fueran las primeras que tocara con sus manos, su primer paseo por las nubes más allá de tantos como hilara antes en sus sueños.

El teléfono la trajo de vuelta de su ensueño, escuchó una voz querida y le espetó sin pensando mucho 'estaba pensando en escaparme a los Picos unos días, a Fuente De' y antes de que pudiera acabar de explicarse, un me apunto le llegaba del otro lado del mundo para buscar fecha y citarse entre las nubes.

El domingo le pareció entonces más luminoso y más vivo, más cálido incluso ante la perspectiva de volver a tocar cirros, estratos, nimbos y cúmulos. Gas. Gotas de agua. Cristales de nieve. Nubes.