Se había propuesto no hacer balance del año, no revisarlo ni pensarlo, no dar por sentado que acababa nada en unas uvas para empezar después en una copa de champagne, pero todo parecía llevarla a analizar sus pasos en los últimos meses, era como si el universo conspirase para hacerla recapacitar...
Claro que ella se limitaba a sonreír porque no había mejor balance que las sensaciones buenas, los sueños por delante, los 'quiero' amarrados a un 'puedo' o dos, la ilusión, la emoción por la vida, por un futuro por hacer... y un mensaje en su teléfono.
No quería mirar atrás porque nada podía hacer ya por lo perdido, porque en su huida hacia adelante había tomado unos caminos dejando otros atrás y no había errores ni aciertos, había decisiones y sueños que perseguir para convertirlos en vida. Y por eso 2013 era un año de amor a pesar de todo.
Pequeños placeres de chocolate y caprichos de tacón alto, algunas concesiones íntimas, otras con vistas al patio y a rodar; lecturas de mesilla y películas de media tarde, aromas de oriente y sabores de occidente, gentes imperdibles y siempre música; mucha luz y color, acomodo en el hogar y en cualquier otro rincón del globo, agua de mar y de SPA y los niños al jardín; mucho arte, mucha piel y mucha joya y mucha vida.
En realidad, hubo tiempo para casi todo, pensó, y ya nada importaba demasiado porque todo aquello no eran ya más que recuerdos y retales de un sueño y una vida por hacer.
Cogió la botella de cava que había puesto a enfriar y la descorchó, no recordaba haberse puesto nunca una copa estando sola pero, de algún modo, tenía un brindis pendiente, levantó su copa, sonrió, y mojó sus labios.
El ruido en la calle era incesante, también el frío, pero se negaba a cerrar la ventana aquella noche, lo que oía, lo que sentía, era vida. Su teléfono era un continuo vibrar y cantar, invitaciones de última hora y último minuto a las que no pensaba rendirse, era una noche más, un día más, y no quería sentirse de más en ningún lugar.
Y entre risas, ruidos, felicitaciones y gritos no llegó distinguir el sonido del timbre, tampoco el de los suaves golpes sobre la puerta que se unieron a la algarabía general...
De nuevo el teléfono, un mensaje, él, la puerta... -¿también a mi vas a decirme que no?- llevaba el cansancio pintado en la cara, como si acabase de cruzar el mundo sólo para llamar a su puerta... y allí estaba, en el quicio de su vida dispuesto a brindar con ella por un año de amor a los sueños.
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