No recordaba un septiembre tan amenazador como aquel, muy al contrario, el noveno mes del año solía llegar siempre entre mimos y engaños, vistiendo sus días de calidez y haciéndole creer que el verano seguía vivo, que no había muerto con el mes de agosto. Pero aquel septiembre no estaba para bromas y había llegado con temperaturas otoñales, cielos oscuros como la boca del lobo y el amenazante sonido de los truenos de fondo...
A ella le importó un bledo, le gustaba el sol y el calor, los días de playa y piscina, los de agua con gas, hielo, hierbabuena y limón o helado de chocolate si la tarde era como para pecar pero, si septiembre se ponía revoltoso, se plantaba en pantalón largo, encendía la luz de leer y que cayese el cielo sobre el suelo si eso era lo que tocaba.
Con lo que no contaba es con que los truenos sonasen como un hilo musical rítmico y lejano que, junto a la oscuridad del día y en su confortable rincón de leer, llegaran a adormecerla estando incluso en compañía de Sherlock y Watson pero así eran los días de tormenta, los recordaba bien de sus años de costa y mar, no iban a sorprenderle ahora por más que se hubiese marchado 600 kilómetros tierra adentro.
Con lo que no contaba era con que su móvil, al que incautamente había olvidado bajar el sonido, se pusiera a pitar como si no hubiera un mañana y la sacara de su ligero duermevela de sobremesa, primero dio un bote y luego un brinco, agarró el teléfono y, cuando quiso ver el mensaje, éste se evaporó ante sus ojos ¿qué ha pasado? ¿por qué sonaban amarga e intensamente todos los móviles de la casa? ¿cuál era el desastre a punto de acontecer o infaustamente acontecido ya? ¿Putin buscando ampliar las fronteras rusas con el mismo ímpetu que Hitler puso en ampliar las alemanas? ¿Biden envalentonado como no cabía esperar de él volvía por sus fueros y quería derrotar a los talibanes? ¿Marruecos nos invadía por Ceuta, Melilla y Algeciras? ¿había estallado la paz? ¿una invasión alienígena tal vez? ¿algo si cabe más descabellado, sorprendente e inesperado?.
Una tormenta de verano.
Se acomodó de nuevo en su rincón de leer más convencida que nunca de la conclusión a la que llegara cuando 23 años antes (¡¡23 años ya!!) se instalara en Madrid: Madrid no sabe de otoños ni primaveras, sabe de un largo y cálido verano y de un frío y seco invierno y sabe, sobre todo, de cielos azules, luces naturales de verano y artificiales de invierno, sabe de iluminar vidas y mentes, de cantar y bailar aun sin lluvia y de sonreír cuando los truenos callan, las nubes guardan el agua para otro día, los rayos del sol se cuelan entre ellas y la tarde de dana y tormenta de verano resulta ser, al menos sobre su cabeza, un bluf... (gozosa y afortunadamente).