¿Desde cuando volaban los días? ¿En qué momento y lugar les habían recortado las horas? Tic Tac. Tic Tac. Tic Tac. ¿A santo de qué tamaño despropósito? ¡Tanto tiempo perdido! ¡Tanto tiempo pasado! ¿Cuánto tiempo? A esa pregunta prefería no responderse, al fin y al cabo el tiempo pasado no importaba, importaba el tiempo que estaba por pasar, un tiempo no tasado de valor incalculable sin importar cuán corto o largo fuese.
Se rió de sí mismas y de sus absurdas divagaciones de cálida tarde de domingo de agosto, sensaciones ya sin valor ni sentido alguno que no eran más que intensas reminiscencias juveniles, vagos recuerdos de aquella sensación de 'enemigo a las puertas' cuando el mes que estaba a las puertas era septiembre con su regreso a las aulas. Ahora, transcurridos los años, lo único que esperaba en septiembre eran días más cortos y un poco de trajín adicional, nada con lo que no pudiera, es más, nada de lo que no tuviese ganas... pero seguía incomodándose ante la sensación de que los días en agosto, especialmente en agosto, volaban, eran más breves, más sutiles, más rápidos, más deliciosamente finitos... Tic Tac. Tic Tac. Tic Tac.
Sabía que era absurdo tratar de reterner las horas, que el tiempo se colaría entre los dedos de sus manos más rápido cuanto más tratase de sujetarlo, más cuanto menos llenase sus horas de placeres y más de obsesiones, agosto era así un es quieto y veloz a la vez, un mes cálido que anuncia los estertores del verano, un mes como otro cualquiera y al mismo tiempo tan único como cualquiera de los otros once meses del año... y era el mes en el que se le caía el pelo, sí, cada mes de agosto... pero esa era otra guerra.
Decidió sumergir su cabeza en un cuento de tiempo y flores amarillas, en uno de Carver que contaba los últimos días y las últimas horas del último día de Chéjov... así, así se pasaba la vida, como sin querer, y así se acababa la vida, sin querer... Y por eso no importaba el tiempo pasado sino el futuro y cuánto ni cuán poco fuese sino lo que podía hacer en él y con él...
Cambió entonces de elemento, dejó el libro y cogió el agua, se sumergió en la piscina y el frío que recorrió su cuerpo entero le recordó que agosto avanzaba raudo y veloz hacia sus últimos días. Tic Tac. Tic Tac. Tic Tac...
Buscó el sol para recuperar el calor perdido y sonrió. Sonrió porque podía sentir el frío. Sonrió porque pondía sentir el calor. Sonrió porque podía sentir.