-¿Y tú? ¿qué harías tú si todo fuese posible?- el ambiente estaba denso, cargado de humo de tabaco y calor de agosto, se sentía cansada y rendida su cordura a un par de copas -vamos- insistía su hermana desde el otro lado de la mesa tras haber confesado previamente, tras dar vuelta a las palabras como si fuesen calcetines, que ella haría... nada -confiesa querida...-.
-Huir- dijo sintiendo esa certeza en el fondo de su alma -¿dónde irías?- su hermana persistía... -a ninguna parte, a todas... engancharía una caravana al coche y me tiraría a la carretera sin mirar atrás ni hacia delante- él la miraba sintiendo la acusación velada que iba impresa en aquella huída -donde el corazón te lleve- apostilló -o no. El corazón es a veces absurdo y testarudo, no merece tanta fe en su buen tino-.
Ante el silencio temeroso o inconsciente que había envuelto la habitación, ella siguió soñando en alto lo que haría si todo fuese posible -...y cuando hubiese recorrido tanto como para no querer ver más, saltaría de la tierra al mar y daría una vuelta al mundo, o dos, de amarre en amarre y al zumbido del viento- Su hermana aplaudió entonces esta segunda etapa de su viaje -¿con un amor en cada puerto?- Ella lo negó -no, querida, si todo fuese posible, lo que no sería posible es el amor-.
De nuevo el silencio, esta vez tranquilo y pausado como queriendo regalar tiempo y sosiego para entender aquella enrevesada afirmación acerca de la imposibilidad del amor en un mundo de posibles. -¿Volarías tras navegar?- preguntó su hermana desechando lo que no alcanzaba a comprender -Sí!- exclamó ella con una sonrisa pintada en su rostro, era la primera de aquella noche -volaría hasta la luna- su sobrina, que se había mantenido en un discreto silencio, aplaudió este último destino y se sumó al viaje para espanto de su madre.
La cena tocaba a su fin y cada cual puso rumbo a su vida a paso lento; ella pasó de largo un taxi y dos, sólo caminaba con el mismo afán que se hubiera subido aquella caravana sin destino en un mundo de posibles que bien pudiera ser el país de nunca jamás; él no protestó, no dijo nada, tan solo caminaba a su lado.
Tras su largo paseo, entrando ya en casa, el no pudo acallar más la pregunta que le martilleaba la cabeza -¿de verdad piensas que huir es la solución?- Ella giró sobre sí misma hasta dejar su mirada cargada de ira a un palmo de sus ojos -¿y tú me lo preguntas?- murmuró apretando los dientes como para contener un grito un segundo antes de dejarlo plantado en el vestíbulo junto a las maletas que él dejara preparadas antes de salir a cenar. Partía al día siguiente...
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